lunes, 28 de julio de 2008

Reapareció Gardel



“cuando Luciano Londoño López me dijo que él cree que Gardel fue uruguayo, repasé textos y facsímiles porque ese paisa sabe más que nadie en Colombia de tangos, lunfardo, milongas y zambas. Fue muy merecido, por tanto, el homenaje que le brindaron en Festitango el pasado 24 de junio. Sin embargo, mantengo mi voto por Toulouse”.

Reapareció Gardel

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

Carlos Gardel no sólo es mito, recuerdo y gloria artística: sigue siendo, también, noticia fresca. Él, el de carne y hueso, no su arte, ni la música de sus composiciones. Me refiero al hombre que llevó dentro de sí una voz prodigiosa y fuera de sí, en su pellejo y su presencia, como decía Aníbal Troilo, “una pinta de la gran puta”. Sí, el lugar de su nacimiento retrotrajo de nuevo al individuo Gardel a los primeros planos, porque la investigadora argentina Martina Iñiguez volvió a la carga con el estudio que le hizo a una foto que, según ella, no se tomó en la escuela Nicolás Avellaneda, en Buenos Aires, sino en la número 27 de Montevideo, teniendo El Troesma tres años.
Haberlo dicho no hubiera sido problema. Una vez más, ¡qué importaba! Fue problema porque doña Martina llevó su estudio –que no prueba el lugar donde se nace– a la Comisión de Educación y Cultura de la Cámara Baja de Uruguay, el país que desde hace un siglo quiere “robarse” a Gardel. Yo, de malpensado, creo que doña Martina se pegó a la trampa que algún uruguayo guasón urdió desde entonces para nacionalizar a Gardel valiéndose de un hecho cierto: el de que doña Berthe Gardes, al llegar a la capital del Plata, se alojó, con su hijo, en un inquilinato en el número 162 de la calle Uruguay.
El presidente del Centro de Estudios Gardelianos, el vicepresidente y el historiador Juan Carlos Esteban se botaron a la comisión a torcerle el cuello al cuento de la foto martiniana. Se fueron armados con las actas de matrícula expedidas en Buenos Aires y un certificado que reproduce el número de orden 121, de la Oficina Argentina de Inmigración, en la que consta que Berthe Gardes entró al país, el 11 de marzo de 1893, con su hijo Charles Romuald, de dos años, a quien correspondió la orden 122. Berthe fue inscrita como francesa, viuda, de 27 años, planchadora y católica, y su pasaporte era el número 94.
Hay que repetir la pregunta: ¿Nació Gardel en el hospital Saint Joseph de la Grave, frente a la ribera occidental del río Garona, en Toulouse, o en la casa donde el coronel Carlos Escayola poseyó a su cuñada María Oliva, en Tacuarembó, sin presentir que quedaría embarazada y que habría de regalarle el fruto de aquella faena furtiva a una extranjera pobre y desamparada? ¿Dónde está la razón: en el pecado de Escayola con su hermana política o en los revolcones esporádicos de Paul Lasserre con Berthe Gardes?
Nunca he tenido duda de que la documentación existente sobre el nacimiento de Gardel tiene más fuerza probatoria que las historias regadas por la crónica hablada con posterioridad al nacimiento del mito. Comparto, además, con Simon Collier, el crédito que le da a la declaración de Jenny Bazin, la persona que anunció la llegada del francesito. Pero acepto que cuando Luciano Londoño López me dijo que él cree que Gardel fue uruguayo, repasé textos y facsímiles porque ese paisa sabe más que nadie en Colombia de tangos, lunfardo, milongas y zambas. Fue muy merecido, por tanto, el homenaje que le brindaron en Festitango el pasado 24 de junio. Sin embargo, mantengo mi voto por Toulouse.
Por último, cuando el coronel Escayola y María Oliva se casaron luego de su larga polvareda, no legitimaron, como debieron hacerlo, al hijo conocido con el nombre de Carlos Gardel.
...
EL UNIVERSAL Cartagena – Editorial julio 27/2008

Solo una cosa es cierta: murió en Medellín



Solo una cosa es cierta:

Murió en Medellín


¡Gardel es nuestro!


Nuevos documentos sobre Carlos Gardel reactivan la polémica sobre el lugar de nacimiento del mítico cantante.
¿Uruguayo, francés o argentino? Comenzó un nuevo capítulo en la disputa por la nacionalidad de Carlos Gardel, tema que genera fuertes pasiones en el Río de la Plata, incluso a nivel de Gobierno.
Una delegación argentina se encuentra en Uruguay para pedirle al parlamento que considere documentos en su poder que, según ellos, demuestran que el legendario cantante de tango cursó la escuela en Buenos Aires.
El debate, que lleva ya varias décadas, se reabrió el pasado 25 de junio, un día después de cumplirse 73 años de la muerte de Gardel en un accidente de aviación en la ciudad colombiana de Medellín.
Ese día la escritora argentina Martina Iñiguez presentó ante la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados del Parlamento uruguayo nuevas pruebas que apoyarían la tesis de la nacionalidad uruguaya del gran cantor.
Debate
Se trata de una foto en la que un presunto Carlos Gardel niño posa junto a sus compañeros en una escuela de Montevideo.
Los representantes del argentino Centro de Estudios Gardelianos (CEG), que llegaron el miércoles a Uruguay, sostienen que no se puede creer en la veracidad de esa foto porque no existe ningún tipo de documento que certifique la asistencia de Gardel a una escuela uruguaya.
En cambio, aseguran que sí hay certificados de promoción de grado y de calificaciones, así como otros registros, que demostrarían que Carlos Gardel asistió a cuatro colegios bonaerenses.
La Comisión de Cultura tiene pendiente el análisis y mayor discusión del tema, y es por eso que los gardelianos argentinos decidieron venir a Uruguay.
"Venimos a ofrecer nuestros servicios para enriquecer las discusiones sobre Gardel, con el fin de dilucidar no sólo el tema de la foto; queremos ver si podemos llegar a un consenso sobre su origen a través de la exhibición de documentación", le explicó a BBC Mundo Enrique Espina Rawson, presidente del CEG.
La diputada Beatriz Argimón, quien gestionó la presentación de Iñiguez -incluyendo la foto- ante la Comisión de Cultura, señaló que lo que buscan era "darle estado parlamentario al tema y que el trabajo se eleve al Ministerio de Educación y Cultura y a la Cancillería".
"Soy francés... y uruguayo"
El mismo Gardel contribuyó a la confusión sobre su nacionalidad. En su testamento, realizado en 1933, dijo que nació en la ciudad francesa de Toulouse bajo el nombre de Charles Gardés. Allí dijo que adoptó la ciudadanía argentina y el seudónimo de Carlos Gardel.
Pero en un trámite realizado en 1920 ante el consulado uruguayo en Buenos Aires, dijo haber nacido en Tacuarembó, a 390 kilómetros de Montevideo.
¿Podrán estos documentos en poder del CEG convencer a los legisladores de que Gardel era francés y hacerlos descartar la versión uruguaya?
"En mi caso estoy absolutamente convencida de la nacionalidad de Gardel y nada de lo que me traigan me va a convencer, aunque siempre vamos a escuchar a todo el que se acerque al Poder Legislativo", le dijo a BBC Mundo la diputada del Partido Nacional, Beatriz Argimón.
Otros, como Edgardo Rodríguez, diputado del gobernante Frente Amplio y oriundo del departamento de Tacuarembó -donde según la teoría uruguaya nació el "Zorzal Criollo"- están más abiertos a cambiar de opinión.
"No es por 'religión' ni por ser de Tacuarembó que creo que Gardel es de allí, sino que hay documentos que me llevaron al convencimiento de que efectivamente nació acá.
Lógicamente, si aparecen pruebas que me demuestren lo contrario, por supuesto que estoy dispuesto a revisar mi posición", aseguró.
Tema apasionado
Adherirse a una u otra teoría sobre el origen de Gardel, ¿es un tema de nacionalidad?
Para la investigadora argentina Martina Iñiguez, claramente no lo es. "La defensa de la orientalidad de Gardel no tiene que ver con la nacionalidad del investigador sino con su honradez intelectual", le aseguró a BBC Mundo.
"Nosotros no tendríamos ningún inconveniente de que Gardel hubiera nacido en Tacuarembó", sostiene Juan Carlos Esteban, de CEG. "Pero Gardel es ciudadano argentino porque se nacionalizó".
Espina Rawson agrega que "ninguno de nosotros tiene preferencia por Toulouse pero lo que es, es".
La nacionalidad de Gardel es un tema que despierta pasiones, comparable a sentimientos religiosos y al fútbol, y cada parte continuará luchando por demostrar su cuota de razón en una polémica que promete no tener punto final, al menos en un futuro cercano. BBC Mundo.com - Todos los derechos reservados. Se prohíbe todo tipo de reproducción sin la debida autorización por escrito de parte de la BBC.

viernes, 20 de julio de 2007

ONETTI Y EL TANGO



ONETTI Y EL TANGO

Hay una mitología preparada para sostenerlo. Vive en un apartamento de la calle Gonzalo Ramírez, donde toma cerveza, ciñéndose los pantalones por debajo del abdomen. Su impermeabilidad mítica, su "aspereza", si no bastaran la fama y el malentendido para dotarla de significados que se renuevan, a despecho o a favor de la realidad, viéndolo a él y hablándole, parecen sólo unos signos y unos gestos más, manejados a conciencia, una parte significativa de su lenguaje (¿medios o fines del arte?), que apenas alcanzan a encubrir el poco enigmático estrabismo, la ternura y la hombría dulce de este hombre con lentes que es Onetti. En fin, hay que averiguárselas para presentarlo en términos que justifiquen un reportaje más, con un preámbulo completo que lo ponga al alcance de la mano, porque está vivito y coleando, hay que decirlo. ¿Y quién no le teme a Onetti, quién le conversa de algo a este triste apasionado, aunque se trate de conversar sobre Gardel?
Menuda tarea le tocó: ir a ver a Onetti, escribir sobre tamaña cosa. Cuando le encargaron la nota primero no contestó, la cabeza le trabajó de varias maneras y, después que compuso unos razonamiento adecuados, aceptó. Pensó en 1a fuerza de realidad que tienen los pensamientos de los que piensan poco, sobre todo cuando no divagan..." (“El pozo”, Onetti, Montevideo, 1939, p. 40).
Después quiso recurrir al mismísimo Gardel, pero no pudo evocar ningún tango apropiado para esas circunstancias. Llamó un taxi, mientras se autosugería otras frases reveladoras, éstas de su propio ingenio, tales como "ahora sí que estás frito", y con aquella disposición de espíritu indicó la dirección dudosa que le habían dado. Tuvo suerte porque se equivocó y se bajó mal. Estaba oscuro como se debe, prendió un fósforo y tocó el timbre de la primera portería del primer edificio grande que vio, preguntando si ahí vivía Onetti. Cosa sorprendente, vivía ahí. Entonces, subió al sexto piso. Verdaderamente, dice que sucedió de esta manera:
Cuando después de varios minutos se abrió la puerta, apareció un individuo alto, idéntico al retrato de Sábat, ése donde parece un pez-martillo. Me miró como a un germen con leve fastidio y con curiosidad implícita.
-¿El señor Juan Carlos Onetti?
Tal vez para emplear una frase amenazadora, hizo una pausa y me contestó:
-Onetti.
Yo hice otra pausa, tragué saliva y empecé a explicarle que venía a molestarlo para hacerle unas preguntas sobre Gardel. Creo que seguí hablando sobre la molestia, aunque él ya me había hecho entrar -a veces me paso de sensibilidad-, pero estoy seguro de haberme referido también al honor que representaba para mí. Lo cierto y sin embargo es que, cuando quise acordar, estaba solo y él se había ido para la cocina. En la pared había pegados numerosos recortes, fotos y una cédula de identidad que me llamó la atención: pinchada encima de una descripción tipométrica del rostro, con la interpretación científica de la descripción, escrita a máquina, era una cédula de Onetti.
Cuando escuché que volvía aquel silencio ya era insoportable. Tal vez me imaginaba, y queda ahuyentarlas, unas dificultades enormes para hablar; o tal vez estuve atribuyéndoselas a él, por esos movimientos lentos que hace, ceremoniales, o por aquel ritmo reflexivo, de sus frases cortas, las pocas que había dicho. Le pregunté sin preámbulos por qué era tan famoso; sin alcanzar a ver lo indecoroso de aquella cuestión vi que se sentaba y dijo:
-Porque la fama es puro cuento, botija.
Sobrevino el silencio otra vez. Irremediablemente yo habría quedado bajo los efectos de mi torpeza, si no hubiera sido porque él consiguió lápiz y papel, abrió una botella, me invitó a sentarme y me explicó lentamente, para empezar, qué difícil nos iba a ser hablar sobre Gardel.
"Lo conocí en el teatro 18, cantando. Después lo vi varias veces, de mesa a mesa, en aquel café donde se comían unas milanesas redondas, al lado del Tipí Viejo. Hoyos de Monterrey; vos no lo conociste. Era en aquella época de la zarzuela -(no puede afirmarse que haya dicho exactamente eso; probablemente se refirió a la compañía de zarzuela en la que actuó Gardel, año 30), "un desastre de compañía, y la gente llegaba al final, para oírlo cantar; a esa hora había un repunte bestial en la venta de las entradas. La temporada iba mal; Gardel entraba como fin de fiesta". A una pregunta sobre si Gardel a su juicio, era un hombre triste: "Tenía esa clase de tristeza que sale de adentro, que surge de un problema interior, aunque el problema interior no se sabe nunca de dónde viene. Nunca hablé con él, solamente lo veía, de vez en cuando -Onetti tenía unos veinte años- en ese café que te digo, de madrugada. Hablaba poco, era cortés y retraído y daba la impresión de ser tímido. Tenía una gran cordialidad; yo lo veía escuchando a todo el mundo con verdadera atención y siempre sonreía".
Sobre las mujeres de Gardel: "Nunca lo vi con ninguna mujer y se sabe que no era hombre de hacer alardes". Juanita Larrauri: "Hubo sí, una tal Juanita Larrauri, que fue diputada peronista y que publicó una serie de notas en uno de esos pasquines, diciendo que Gardel estaba loco por ella. Pero era vanidad femenina, y para peor póstuma". Se conversó un poco de ese tema, queriendo vincularlo con algún parecer personal de Onetti sobre lo legendario en general, sobre el olvido o sobre Artigas. "Yo vinculo el protectorado de Artigas con las semejanzas espirituales notorias entre el hombre de las Misiones, de Corrientes y Entre Ríos con nuestro hombre.
Aunque ahora, el montevideano, en particular, venga a ser, en lo referente a esa espiritualidad y comparado con el hombre del campo, algo así como el porteño para nosotros. Artigas forma parte de una genealogía que se dan los pueblos, obligatoriamente, como se la dan las familias pobres, y en la que son necesarios tanto el héroe nacional como el poeta y el novelista nacionales y como el cantor nacional. Si ustedes tienen a Napoleón, nosotros tenemos a Artigas; si ustedes tienen a Baudelaire, nosotros tenemos a Zorrilla. Gardel es parte inseparable de la genealogía de los pueblos del Plata." Sobre la verdadera nacionalidad de Gardel: "Para mí era francés".
¿Cuál tango de Gardel le gusta más?: "¿Te das, cuenta de que siempre se dice los tangos de Gardel? Y sin embargo no hay ningún tango de él. ¿Te das cuenta que Gardel es el tango? A mí me gustan todos. No sé, podría indicarte que me gusta ‘Mano a mano’". ¿Cuáles serían los tangos que él cantaba con más "sentimiento?: "Él sentía más ese tipo de tango melancólico y cínico: Por qué me das dique, señora de grupo. Y aquel otro, ‘Tortazos’: "Qué hacés, tres veces qué hacés... No te rompo de un tortazo por no pegarte en la calle La mejor postura que tenía era la del fioca postergado, la que le cuadraba mejor; para mí el Gardel más auténtico es ése".
¿Se puede comparar a Gardel con otros cantores?: "¿Vos estás loco? Yo tengo una radio piojosa y escucho solamente Sodre y Gardel". Con guitarra o con orquesta: "Me gustan más los tangos con guitarra". ¿Era buen actor? ¿Qué opina de sus películas?: "Horrorosas. ¿Cuál es una en la que engancha a una mujer con el lazo? Era cantor, ¿entendés? Hasta cuando hablaba cantaba; no hay más que escuchar las grabaciones de algunas películas: Margarita.
La charla sobre Gardel, que iba a ser difícil", a medida que transcurría se hacía más fluida y personal. Onetti cantaba o recitaba las letras todo lo que quería, a veces eludiendo las preguntas. A menudo dijo cosas que habría sido necesario transcribir exactamente, pero acaso lo más importante fuese consignar el 11 como" -cerraba los ojos y cantaba- y el "porqué" -para quien tenía que escucharlo forzosamente, admiración y curiosidad mediante- de aquella fluidez repentina que cobró la conversación.
-Onetti, ¿alguna vez le dio por cantar a usted?
-Sí me dio y me dieron.
Había dos estuches de violín cerca de la mesa.
-¿Usted toca el violín?
-Sí, toco. Lo que más me gusta tocar es Amurado.
Por supuesto, nunca tocó el violín.
-¿ Y que habría opinado Gardel si hubiera leído “El pozo”?
-Yo no sé si sabía leer.
Transición y agarra el tono otra vez: "Como se pianta la Vidaaaa...” etcétera.
-¿Le habría gustado que Gardel cantara alguna cosa que no cantó?
-Sí. “La Berceuse bleu” de Julio Herrera.
-¿ Gardel era inteligente, Onetti?
Volvió a cerrar los ojos, pensó un poco, los abrió, me miró con la misma mirada aquélla, remitiéndome al portaobjeto, y dijo:
-¡Sí!... ¡Y chau!
Yo ya me iba. No sabía cómo hacer para despedirme, para abrirme camino y salir de aquel apartamento, con Gardel muerto hace treinta años sobre mis propias espaldas, con Onetti cantando y observándome cada pelo a ver cómo hacía para saludar. Se ve que notó todo, incluidas mi tribulación y mis dudas sobre el éxito del reportaje, y me ofreció una respuesta más, sin pregunta previa, cosa de darme ánimo:
-Decí que lo más importante que ha sucedido en el Uruguay en materia artística, se llama Carlos Gardel.
Alfredo Zitarrosa

Este reportaje fue publicado en el periódico uruguayo “Marcha” el 25 de junio de 1965 (año XXVII, número 1.260). Zitarrosa, voz, guitarra y poeta popular rioplatense, murió en 1989.

jueves, 12 de julio de 2007

GARDEL... siempre GARDEL


GARDEL... siempre GARDEL

Luis Grassi
Hace muchos, muchos años, estando en Panamá, toda mi intención estaba centrada en arribar a Colombia, siempre alentado por conocer lo desconocido, por descubrir que hay del otro lado de la frontera. Mis años juveniles impulsaban ese espíritu aventurero, curioso y desinhibido, que buscaba indagar sobre cualquier historia o sitio que se le presentara en el camino."¡Y allá vamos!"- me dije.
Demás está decir que dicha escala la realizaba con la idea de conocer ese pueblo con el cual siempre estuvimos hermanados debido a la incursión realizada por nuestros grandes jugadores del fútbol argentino de antaño, quienes fueron allí a enseñar sus conocimientos y virtudes en ese suelo que una vez también cobijó la gloria y muerte de Carlos Gardel.
Al arribar a Medellín, el desvencijado avión que me trajo a los tumbos correteó por la pista del aeropuerto Olaya Herrera, lugar del accidente en el que perdió la vida nuestro ídolo y gran parte de la comitiva que lo acompañaba.
Pasaporte de por medio y luego de un simple trámite de aduana, evocando esa triste historia que guardamos nosotros los sensibleros, contemplé por unos instantes el amplio valle y las verdes montañas circundantes, mudos testigos de la tragedia ocurrida en aquél veinticuatro de junio de mil nueve treinta y cinco a las tres de la tarde.
Gran cantidad de placas recordatorias en homenaje a Gardel ilustraban las paredes de una galería cubierta y en un patio de baldosas, al aire libre, una estatua erigida a su memoria era acompañada por algunas flores frescas y otras artificiales.
Tal vez fue emoción o desconcierto lo que me invadió en esos instantes al ver todo esto como una persona ajena en un sitio tan conocido y renombrado por varias generaciones a causa de un recuerdo fatídico que los tiempos no pudieron desdibujar.
¿Qué les iba a decir a los que pasaban por mi lado? ¿Qué yo era argentino? ¿Qué aquí cayó Gardel? ¿Para qué?. Si ellos lo sabían. Bien que lo sabían.
Estaba solo, perplejo por la situación y algo cansado por el azaroso viaje.
Yo era un pasajero mas, alguien que pasaba inadvertido.
Empuñé el soporte de mi valija. Era de color blanco, única, la que me acompañaba a todos lados. Ni sé de que material estaba hecha. Pero sí sé que era única, linda. Nunca vi otra igual.
El viejo portón de salida se asemejaba a toda la humilde y vieja construcción del aeropuerto. Ya en la vereda, me rodearon chicos que venían a pedir limosna y grandes que se ofrecían a llevarme a la ciudad por tres dólares.
Ajeno a todo lo que daba vueltas en mi derredor, ya mas calmo, mi curiosidad de siempre me indujo a tomar la decisión de investigar, de hacer preguntas, no se cuales ni a quien, mas no podía desperdiciar ese momento en el remoto lugar histórico donde me encontraba. Como argentino y gardeliano que soy, retirarme de allí, como quien dice, con las manos vacías, era un pecado.
Borrosamente recuerdo el rostro de alguien que se ofreció para llevarme la valija. Por unos instantes lo miré y se me ocurrió preguntarle:-
-¿Vos sabés en que lugar de la pista ocurrió el accidente?
- ¡ Si, cómo no voy a saber, venga que lo llevo!
- Quedé mudo, no podía creer lo que me aseguraba.
El muchacho se adelantó por un pasillo para guiarme y yo lo seguí con cierto temor acompañado de mi valija blanca.
Entramos a la pista. Yo esperando que en cualquier momento alguien nos viniese a sacar de allí, pero nada ocurrió; fue un milagro. Mientras tanto mi improvisado guía hablaba y hablaba preguntándome a cada rato como era la Argentina y de donde venía y adonde iba. Así fuimos caminando por mas de trescientos metros. Mi contestación a sus requerimientos eran incoherentes. Ya ni sabía que responderle, rogaba que se callase de una vez para dejarme vivir ese momento impensado que se me fue dando porque si, por preguntar algo.
Llegamos a un lugar en donde solo se hallaba un gran circulo marcado sobre la tierra. Solo tierra algo removida.
- ¡ Aquí cayó Gardel!-dijo mi guía para después quedar en silencio como quedé yo,
respetuosamente.
Luego de unos instantes de contemplación, me dije por lo bajo: -
- ¡Aquí cayó Gardel!
Un remolino de viento agitó el polvo de esa tierra como certificándome el lugar.
Volvimos en silencio. Ya no me importaba si hubiese venido alguien a sacarnos de la pista.
Mi guía marchaba al lado mío, en silencio, expectante, esperando su propina.
Mientras tanto, yo me hacía esta pregunta : ¿"Que habrá sido esto en el año treinta y cinco si ahora por aquí dos tipos entran y salen de la pista como Pedro por su casa."?
Para llamar mi atención, la voz del muchacho me sacó de razonamientos y comparaciones
- Mire señor, allí en ese circulo en donde le señalé que cayó Gardel, estaba su monumento. Lo sacaron porque van a ampliar la pista.
Mientras lo escuchaba, yo vivía ese instante como si fuese una película de ficción.
Llegamos a la salida sin inconvenientes. Lo que mas recuerdo de ese muchacho fue la sonrisa de agradecimiento cuando le di unos pesos y las gracias por esa especie de favor que me había hecho.
- ¿ Cómo te llamás?
- Carlos, Carlos Perez Uribe.
- ¿Carlos?
- Si, mi abuelo quiso que me pusieran ese nombre porque era admirador de Gardel...y usted , ¿Cómo se llama?
- Luis, me llamo Luis Aldo....
- ¡Ah!.... deme, deme que le llevo la valija hasta el taxi...
- ¡Adiós Carlos y gracias -- le dije al muchacho a la vez que miraba hacia la pista donde se encontraba allá, a lo lejos, el circulo de tierra.
- Suerte, adiós señor....me contestó.
Pasaron muchos años de esta inolvidable aventura. Cuando casi permanentemente se lo recuerda a Gardel mostrando entre otras cosas la filmación del accidente que le costó la vida, añoro entonces mi paso por el aeropuerto Olaya Herrera y el valle y las montañas que lo rodeaban en aquel diáfano día, en que acompañado por mi valija blanca y un muchacho colombiano, caminé mas de trescientos metros por la pista para encontrarme con ese imperceptible circulo marcado sobre la tierra en donde la muerte le dio paso a la inmortalidad del ídolo.
Allí, entre valles y montañas canta Gardel.


(La Aunténtica Defensa) Panamá

El nacimiento del mito gardeliano



Año 12 Edición Nº 3812 Paraná - Entre Ríos - Argentina -

Viernes, 13 de Julio de 2007 - Lector Nº 18184817

El Diario

Puente Rosario-Victoria

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Tango: CASO ÚNICO. Conmemoración que se repite cada 24 de junio

El nacimiento del mito gardeliano

ADMIRACIÓN. En el mausoleo de la Chacarita, el mundo está representado en cientos de placas y ofrendas.

Aclamado con pasión por multitudes en las dos décadas que antecedieron al fatídico accidente de Medellín en 1935, la vigencia de Carlos Gardel hasta nuestros días reafirma la convicción de que cada 24 de junio, más que evocar su muerte, se conmemora un año más de su mítica presencia.



Hugo Gregorutti

Creador de un género que inventó de la nada: el tango-canción; intérprete eficaz de una veintena de otros ritmos; con más de 1500 grabaciones en sistema acústico y con los primeros micrófonos; compositor de unos 30 temas de singular belleza melódica; protagonista de 20 películas —entre mudas, sonoras y cortos—; precursor del actual videoclip; figura de interminables giras por América y Europa con miles de presentaciones en los más diversos escenarios, entre tantos atributos más, forjaron la leyenda del insuperable cantante de tango, latín lover, playboy, galán. En síntesis, Carlos Gardel.
Un caso irrepetible en el mundo del arte popular, inspirador de una reflexión que sólo cabe a una figura de tal dimensión: “Los 24 de junio no se conmemora la muerte de Carlitos sino el nacimiento del mito gardeliano”. La frase entrecomillada pertenece al artista chileno Jorge Alis, organizador de las celebraciones anuales en el país trasandino. Parafraseando, El Mito estaría cumpliendo el próximo domingo 72 años.

NADA SIN HACER. Gardel es aquel que llevó el tango desde los suburbios rioplatenses hasta Nueva York, previa escala en los Campos Eliseos parisinos. Es también símbolo del amor al turf y del éxito irresistible con las rubias platinadas de los Años Locos (período entre las dos guerras mundiales), y conquistador de la devoción popular que le acreditó decenas de sobrenombres, algunos superlativos, otros irónicos o poéticos. Las leyendas tienen todo permitido.
Pero es también la pasión de coleccionistas; la caricatura permanente rodeada de filigranas en vehículos que circulan por Buenos Aires y otras ciudades; el furor vigente del tango en Bogotá —ciudad donde cantó por última vez—, y es la imagen del playboy protohistórico enfundado en smoking, con cigarrera de oro y bebiendo champagne.
Además es la sonrisa interminable que, como dan prueba sus fotos, esgrimía a cada momento y que no logró borrar la muerte en el choque de dos trimotores, en un precario aeródromo rodeado de maizales en Medellín. Sonrisa que los dibujantes siguen agrandando cada año un poco más, tanto como crece la polémica sobre si nació en la sureña ciudad francesa de Toulouse o en la rural región uruguaya de Tacuarembó.
No le faltó nada, hasta en la desgracia, para seguir siendo idolatrado. La muerte imprevista en la cúspide de su fama, con la voz y estampa intactas, le ahorró la lenta decadencia de la vejez y lo fijó en la memoria colectiva en su mejor momento.

EL PLAYBOY. Su vida sentimental fue pródiga en romances con artistas, madamas o mujeres aristocráticas. Cristina Chichita Razzano, hija de José Razzano —ladero en el famoso dúo—, relató una rica historia en Francia. “Gardel tenía una amante millonaria, una norteamericana que pasaba sus temporadas en la Costa Azul todos los años. Le hacía regalos muy costosos, hasta un auto con las letras de sus iniciales en oro. También una cigarrera de oro inicialada con brillantes y que está en poder de un coleccionista”.
Otro sonado romance fue con Mona Maris (compartieron películas), argentina que fue estrella en Hollywood, donde actuó junto a Cary Grant y Humprey Bogart. A los 83 años reveló intimidades: “Gardel era un ser encantador y muy buen mozo. Me sentí muy atraída por su personalidad y creo que a él también le impactó la mía. Era muy respetuoso de las mujeres, nada agresivo en el terreno del amor, pese a que todas lo perseguían”.
Eduardo Morera, primer director que tuvo El Mudo en el cine sonoro, decía que “si Gardel le hubiera dado corte a todas las mujeres que lo acosaban, su vida hubiera sido muy corta desde el punto de vista físico”.

FANATISMO. Otra pasión que marcó la vida social de Gardel fueron las carreras de caballos y su correlato del poco apego a amarrocar dinero. En 1926 confiaba a un diario español. “He ganado y gano mucha plata, pero todo se me va. Me gusta vivir bien. Me gusta la bohemia dorada, ser generoso, el cabaret, las mujeres bonitas... y ¡las carreras de caballos!”.
En la Argentina tuvo varios pura sangre, pero en especial un alazán tostado al que llamó Lunático, que acariciaba y le ofrecía azúcar. Un testigo de la época aseguró que “cuando el caballo estaba muy inquieto, los cuidadores lo llamaban por teléfono y llegaba al stud para cantarle hasta que conseguía calmarlo”.

INCOMPARABLE. Musicalmente, el canto de Gardel era de una inflexión intransferible, debido a su cálido y diferenciado timbre vocal de barítono. Ostentaba una impostación natural impecable y todas sus notas eran llenas y parejas: la música y la palabra formaban una unidad indestructible. Fue creador y vanguardista; manejó el fenómeno comunicacional como pocos pudieron hacerlo, pese a la precariedad técnica de su época. Supo alterar el lenguaje procaz y limitado del argot porteño a la pureza romántica que interpretaba —sin excepciones— por todo el mundo.
Por siempre su voz se repite a cada momento en millones de discos, que de la pasta original y de las 78 rpm, fueron pasando al vinilo, la cinta de cassette y el audio digital. La imagen de Carlitos revive en la reposición de sus películas en cine, en VHS o DVD y en canales de televisión por cable y aire. Su vivencia ya superó las siete décadas tras la desaparición física. ¿Habrá otro igual?

Datos importantes

Fervor místico: La tumba de Carlos Gardel, en la Chacarita, es un sitio de peregrinaje ininterrumpido, de veneración casi religiosa, al igual que los museos que tiene dedicados en varios países. Una silueta enorme en bronce, ataviado con su típico frac y un cigarrillo, emerge de la modesta bóveda en el enorme camposanto de 95 hectáreas. Latinoamericanos, europeos y hasta japoneses peregrinan allí. Es atracción turística, fervor místico y, como si se fuera referente de alguna religión idólatra, le piden favores y hasta dejan ofrendas. Se pueden leer, en plaquetas o graffitis, leyendas como estas: “Gracias Carlos por el favor recibido para mi sobrino” (Raúl). “Carlitos, hacé crecer mi pelo” (Anabel).
En el exterior: En la colombiana Medellín, hay un museo montado alrededor de una silla de barbería, en la que fue atendido. “Aquí Gardel es una religión, una fe, que se vive intensamente”, señala Edgardo Nieto, responsable de la Casa Gardeliana. En Santiago, Viña del Mar y otras ciudades chilenas, se realizan cada año, durante todo junio, festivales en homenaje al cantor, con una particularidad: no se conmemora la muerte sino el nacimiento del mito gardeliano. Uruguay es un caso muy particular; en Montevideo una radio AM trasmite seis horas diarias —en 12 bloques— únicamente grabaciones de Gardel. Repertorio limitado a las 400 grabaciones de mejor calidad técnica, que se repite hace más de 40 años. Y Tacuarembó, localidad que reivindica ser cuna de El Mago, tiene un canal de TV por cable llamado nada menos que Telegardel.
El músico director: El día anterior a la fecha gardeliana, se cumplirán 110 años del nacimiento —ocurrido el 23 de junio de 1897 en el porteño barrio Balvanera— de Terig Tucci. Fue director de la orquesta que acompañó a Gardel en las épicas grabaciones de su última etapa de cantor y en las películas que filmó en Nueva York. Además, compuso temas rítmicos para su repertorio, como Los ojos de mi moza, Sol tropical y los tangos Noche estrellada y Recordando. Murió en Estados Unidos el 28 de febrero de 1973.

Homenaje en Paraná

Este sábado 23, en el local de la Asociación Tradicionalista Entrerriana de la Bajada, Alem 587, se recordará a Carlos Gardel con una función musical a cargo del cantor y difusor local del tango, Jorge Pérez. Hará una referencia a la vida y obra del Zorzal y luego, acompañado por las guitarras de Carlos Farías y Luis Sánchez y el piano de Alejandro Sánchez, interpretará tangos y valses del repertorio gardeliano, en tanto que el trío ofrecerá temas instrumentales. La invitación es para todo público y la finalidad es disfrutar de una amena reunión familiar en homenaje al más grande exponente de la canción nacional.

Don Carlos
Milonga

Milagro taura del tiempo
que no te aplicó sentencia
sos inventor de la ciencia
de mantenerse primero
por tu don arrabalero
de jugar sin la pelota
sos trompa de una patota
que le afanó el alma al barrio
estás en el calendario
y en cada vuelta de copas.

Don Carlos y niente piú,
que zorzal
ni que ocho cuartos
ligador en el reparto
de la eterna juventud
como el flaco allá en la cruz
perdonaste a esa gilada
con tu sonrisa pintada
en un bondi trasnochado
si hasta te baten “El mago”
por tu gola engalerada.

Que más te voy a decir
que ya no hayas escuchado.

Don Carlos les dio mancada
manga de giles de goma
que la papa se la coman
y que aguanten la tocada
de Pompeya a La Blanqueada
sigue copando tu amor
a los ratis del dolor
empaquetaste debute
don Carlos Gardel salute
por invicto y por mejor.

Letra y música: Raúl Castro, integrante de la murga uruguaya Falta y Resto.





lunes, 25 de junio de 2007

Alfredo Le Pera: el otro genio


Alfredo Le Pera: el otro genio

Mariano del Mazo
Los poetas lo ignoran o lo desprecian, pocos lo recuerdan, todos lo cantan. Alfredo Le Pera fue uno de los mayores letristas de tango pero el destino le reservó un lugar secundario, glorioso y sombrío al mismo tiempo.
No es un mal ejercicio volver a algunos tangos para degustar la perfección de sus versos. Por ejemplo, Soledad: Yo no quiero que nadie a mí me diga/que de tu dulce vida/vos ya me has arrancado./Mi corazón una mentira pide/para esperar tu imposible llamado./Yo no quiero que nadie se imagine/cómo es de amarga y honda mi eterna soledad... Son versos pensados, con sentencias dolidas (mi corazón una mentira pide) que no se correspondían con la vida real de su autor, una vida con algún descalabro amoroso pero laboralmente exitosa desde temprano. Le Pera inaugura el letrista profesional, el que se corre de la autorreferencia que, como en la mayoría de las expresiones populares, inspira credibilidad. Es el caso opuesto de Manzi (que hablaba sobre lo que conocía, las calles que caminaba en su infancia y adolescencia) y de Discépolo (que expresaba su pensamiento existencial).
Es cierto: provoca escozor constatar que las obras más famosas de Le Pera fueron hechas a pedido, con líneas argumentales supeditadas a ideas cinematográficas, con reglas claras para capturar el mercado hispanoamericano (no escribir en lunfardo, tender a un español neutro) que tenían como objetivo el lanzamiento de Gardel como estrella internacional. Volviendo al caso de Soledad por ejemplo, el tema fue grabado en Nueva York para la película El tango en Broadway. Todo era calculado: eran los balbuceos de la industria del entretenimiento tal como la entendemos ahora. Una anécdota de los primeros encuentros compositivos entre Gardel y Le Pera cuenta que el cantor se quejaba de que el letrista no "captaba su estilo". "Tenés que escribir a mi medida", le dijo Gardel. Le Pera tomó la queja con humor: "Carlos, vos no necesitás un letrista. Necesitás un sastre".
Hijo de Alfonso Francisco de Paula Le Pera, nació el 7 de junio (o el 4 o el 6 de junio, los datos se cruzan) de 1900 en Cidade Jardim, San Pablo, Brasil. Sus padres, inmigrantes del sur de Italia, quisieron "hacer la América" en San Pablo, aunque terminaron radicándose en el barrio porteño de San Cristóbal.
Hizo la primaria en la escuela Gervasio Posadas (ubicada, todavía, en San Juan entre Pichincha y Pasco) y el secundario en el Colegio Bernardino Rivadavia. Se recibió de bachiller, estudió Medicina hasta cuarto año y se dedicó al periodismo. Fue apadrinado por periodistas que tallaban fuerte en la época como Manuel Sofovich y Pablo Suero y trabajó como crítico en Ultima hora, La Nación, Noticias gráficas y El Mundo. Paralelamente escribía ficción y acumulaba prestigio en el ámbito teatral: firmó libretos y más de treinta obras, algunas estrenadas: Piernas de seda, Opera en jazz, La plata del bebé Torres, El gran circo político.
Era un joven talentoso y audaz. Lector ferviente de los poetas modernistas hasta la cita o el plagio (La amada inmóvil de Amado Nervo, 1915, tiene el poema que dice El día que me quieras tendrá más luz que junio; / la noche que me quieras será de plenilunio,/ con notas de Beethoven vibrando en cada rayo...) viajó a Francia en 1928 con el propósito de adquirir los derechos de obras teatrales y se radicó en París.
En 1932 ocurrió el encuentro con Gardel. La Paramount notaba dificultades argumentales en algunas películas de Gardel y pensó en Le Pera para que se hiciera cargo de los textos, tanto de los guiones como de las canciones. Así ocurrió: Le Pera se ubicó dócilmente en las sombras del ídolo y se transformó en una febril máquina de escribir. La historia es conocida: películas olvidables con canciones inolvidables; más que inolvidables, perfectas. Una treintena de piezas junto a Carlos Gardel de una inspiración inusitada.
Lo dijo Aníbal Troilo en 1970: "Gardel era un tipo muy inteligente. Y un síntoma de esa inteligencia es haber recurrido en el exterior a una pluma como la de Alfredo Le Pera. Estaba solo, rodeado de franceses primero, luego de norteamericanos. Esa gente podía perderlo. Los dos hacen una trampa portentosa: conservan lo nuestro en un ambiente completamente extranjero".
Esa "trampa portentosa" arrojó un repertorio elegante, sentimental y sin fisuras y cristalizó una dupla compositiva que traspasó la historia del tango y que, dentro del género, está ahí, al nivel de duplas memorables como Blomberg-Maciel, Aieta-Giménez, Cobián-Cadícamo y Troilo-Manzi.
(Cortesía de Clarin.com. Argentina)

miércoles, 13 de junio de 2007

Don Carlos llegó sin regreso


Manos en el fuego

Don Carlos llegó sin regreso

Jaime Jaramillo Panesso

Con rigurosos vientos venidos de todos los costados, llegó Ud. Don Carlos Gardel a Medellín, el 10 de junio de 1935. Vino de la calurosa costa norte colombiana y el sudor grueso le hacía mal para su presentación personal que tanto cuidaba: la corbata, el nudo bien proporcionado, el vestido con pocas arrugas, los zapatos brillantes, el sombrero impecable y ladeado. Toda una pinta bacana, Don Carlos.

Corrieron los curiosos para verlo al aeroparque Olaya Herrera. Las muchachas más despejadas del lugar también. Tuvieron que ir hasta el corregimiento de Guayabal, en donde estaba el paraje Las Playas, como denominaban el campo de aviación. Algunos lo hicieron en automóviles propios y otros en taxis que aparcaban en la Plaza de Berrío. Los hombres usaban sombrero, muchos jovencitos y niños caminaban descalzos por las calles semiempedradas. Usted llegó con sus guitarristas, su secretario y varios amigos que formaban la tropilla. Inclusive mis paisanos creían que lo acompañaba una orquesta, pues así lo anunciaba la prensa escrita, días anteriores. Pero el tango en su voz estuvo acompañado, la mayor parte de las veces, por guitarras, esas que Usted rasgaba no muy bien que digamos. ¡Ah! Pero traía su voz, la que aprendió de Caruso y Titta Ruffo a situarse en la garganta para la mejor canción.

Ese 10 de junio no se imaginó que quince días después se formara una nube en el cielo para dejarlo a Usted allí colgado para siempre, mirando el Valle de Aburrá. Tampoco se imaginó que aquí quedaría su cepillo de dientes retorcido y chamuscado. Y que el reloj apachurrado, recogido entre los escombros, de Alfredo Le Pera, marcara las tres y diez de la tarde.

Le gustó la habitación del Hotel Europa donde se alojó. ¿Recuerda la sorpresa que le produjo el comino crespo del escaparate y cómo era de chico el espejo en donde no alcazaba a reflejarse toda su figura antes de salir a la calle? Lo que no le gustó fue el licor nativo. Apenas si probó un poco de aguardiente de caña gorobeta. Al fin y al cabo Usted tomaba, en pequeñas cantidades, vino y algo de brandy para aclarar la voz. Encontrarse ese licor blanco como la grapa, no le causaba el mejor de los placeres.

Después las visitas de sus admiradoras en la puerta del hotel sobre la carrera Junín, esa callecita estrecha, con vitrinas de almacenes que ofrecían paños ingleses, letines holandeses, hojaldres de Cartago, coletas y percal de la Fábrica de El Hato. Entonces Usted les firmaba autógrafos, con su pluma fuente y la sonrisa eterna repartida a puñaditos.

Tarareaba en la ducha sus canciones, para mejor expresarlas en la función de la noche. El Circo Teatro España, situado en la parte baja del barrio Boston, por la carrera Girardot al cruce con Caracas, era el lugar apropiado, con una cabida máxima de cinco mil personas: palcos a un peso, luneta a sesenta centavos y galería a veinte. Se debía llenar a reventar, pero no fue así. Peor aún en la segunda noche porque llovió. Los medellinenses saben de las aguas intempestivas de junio en lugares destechados y prefirieron no ir. Así que se quedó un día más.


Anduvieron de prisa lo que fueron a verlo y cruzaron los jardines del Circo Teatro España, mientras comentaban, con sarcasmo, los malos tragos del alcalde municipal, Don Jorge Hernández. Llegaron los comerciantes de la plaza mayor y de San Benito, las verduleras del barrio Guayaquil, los obreros del tranvía eléctrico, los trabajadores de la empresa de electricidad, las obreras de las trilladoras de café y de las panaderías, los artesanos del oro, del cuero, los sastres, los talabarteros, los carpinteros y algunos músicos de la calle Guanteros. También asistieron los primeros profesionales universitarios, algunos empleados del gobierno y varios policías que por aquellos tiempos lucían su dotación de polainas de cuero.

Lo demás ya lo sabemos, Don Gardel. Con su vocación de cigarra, con su clavel del aire, con su barrio plateado por la luna, y con su sentir que es un soplo la vida, la muerte lo atropelló con un accidente de motores aéreos, de gasolina inflamable. Antes estuvo en Bogotá donde cantó sus últimos tangos. Volvió una tarde de paso hacia Cali, para entrar, borracho de emoción, “al territorio del mito donde vagan los dioses desterrados”. Obvio Don Carlos que nadie lo llora. Basta ver sus teclas dentales y su cabello lustroso como un piano de cola para compartir el gallardo laberinto de su canto encantado. Lo sabemos mejorado del resfriado. Lo vemos mano a mano jugando con las cuerdas vocales en el encordado de una guitarra que se liga a la queja de un bandoneón. De un bandoneón cremado en la canción de la ciudad.

(A los organizadores y auspiciadotes del Festival Internacional de Tango Ciudad de Medellín)