lunes, 25 de junio de 2007

Alfredo Le Pera: el otro genio


Alfredo Le Pera: el otro genio

Mariano del Mazo
Los poetas lo ignoran o lo desprecian, pocos lo recuerdan, todos lo cantan. Alfredo Le Pera fue uno de los mayores letristas de tango pero el destino le reservó un lugar secundario, glorioso y sombrío al mismo tiempo.
No es un mal ejercicio volver a algunos tangos para degustar la perfección de sus versos. Por ejemplo, Soledad: Yo no quiero que nadie a mí me diga/que de tu dulce vida/vos ya me has arrancado./Mi corazón una mentira pide/para esperar tu imposible llamado./Yo no quiero que nadie se imagine/cómo es de amarga y honda mi eterna soledad... Son versos pensados, con sentencias dolidas (mi corazón una mentira pide) que no se correspondían con la vida real de su autor, una vida con algún descalabro amoroso pero laboralmente exitosa desde temprano. Le Pera inaugura el letrista profesional, el que se corre de la autorreferencia que, como en la mayoría de las expresiones populares, inspira credibilidad. Es el caso opuesto de Manzi (que hablaba sobre lo que conocía, las calles que caminaba en su infancia y adolescencia) y de Discépolo (que expresaba su pensamiento existencial).
Es cierto: provoca escozor constatar que las obras más famosas de Le Pera fueron hechas a pedido, con líneas argumentales supeditadas a ideas cinematográficas, con reglas claras para capturar el mercado hispanoamericano (no escribir en lunfardo, tender a un español neutro) que tenían como objetivo el lanzamiento de Gardel como estrella internacional. Volviendo al caso de Soledad por ejemplo, el tema fue grabado en Nueva York para la película El tango en Broadway. Todo era calculado: eran los balbuceos de la industria del entretenimiento tal como la entendemos ahora. Una anécdota de los primeros encuentros compositivos entre Gardel y Le Pera cuenta que el cantor se quejaba de que el letrista no "captaba su estilo". "Tenés que escribir a mi medida", le dijo Gardel. Le Pera tomó la queja con humor: "Carlos, vos no necesitás un letrista. Necesitás un sastre".
Hijo de Alfonso Francisco de Paula Le Pera, nació el 7 de junio (o el 4 o el 6 de junio, los datos se cruzan) de 1900 en Cidade Jardim, San Pablo, Brasil. Sus padres, inmigrantes del sur de Italia, quisieron "hacer la América" en San Pablo, aunque terminaron radicándose en el barrio porteño de San Cristóbal.
Hizo la primaria en la escuela Gervasio Posadas (ubicada, todavía, en San Juan entre Pichincha y Pasco) y el secundario en el Colegio Bernardino Rivadavia. Se recibió de bachiller, estudió Medicina hasta cuarto año y se dedicó al periodismo. Fue apadrinado por periodistas que tallaban fuerte en la época como Manuel Sofovich y Pablo Suero y trabajó como crítico en Ultima hora, La Nación, Noticias gráficas y El Mundo. Paralelamente escribía ficción y acumulaba prestigio en el ámbito teatral: firmó libretos y más de treinta obras, algunas estrenadas: Piernas de seda, Opera en jazz, La plata del bebé Torres, El gran circo político.
Era un joven talentoso y audaz. Lector ferviente de los poetas modernistas hasta la cita o el plagio (La amada inmóvil de Amado Nervo, 1915, tiene el poema que dice El día que me quieras tendrá más luz que junio; / la noche que me quieras será de plenilunio,/ con notas de Beethoven vibrando en cada rayo...) viajó a Francia en 1928 con el propósito de adquirir los derechos de obras teatrales y se radicó en París.
En 1932 ocurrió el encuentro con Gardel. La Paramount notaba dificultades argumentales en algunas películas de Gardel y pensó en Le Pera para que se hiciera cargo de los textos, tanto de los guiones como de las canciones. Así ocurrió: Le Pera se ubicó dócilmente en las sombras del ídolo y se transformó en una febril máquina de escribir. La historia es conocida: películas olvidables con canciones inolvidables; más que inolvidables, perfectas. Una treintena de piezas junto a Carlos Gardel de una inspiración inusitada.
Lo dijo Aníbal Troilo en 1970: "Gardel era un tipo muy inteligente. Y un síntoma de esa inteligencia es haber recurrido en el exterior a una pluma como la de Alfredo Le Pera. Estaba solo, rodeado de franceses primero, luego de norteamericanos. Esa gente podía perderlo. Los dos hacen una trampa portentosa: conservan lo nuestro en un ambiente completamente extranjero".
Esa "trampa portentosa" arrojó un repertorio elegante, sentimental y sin fisuras y cristalizó una dupla compositiva que traspasó la historia del tango y que, dentro del género, está ahí, al nivel de duplas memorables como Blomberg-Maciel, Aieta-Giménez, Cobián-Cadícamo y Troilo-Manzi.
(Cortesía de Clarin.com. Argentina)

miércoles, 13 de junio de 2007

Don Carlos llegó sin regreso


Manos en el fuego

Don Carlos llegó sin regreso

Jaime Jaramillo Panesso

Con rigurosos vientos venidos de todos los costados, llegó Ud. Don Carlos Gardel a Medellín, el 10 de junio de 1935. Vino de la calurosa costa norte colombiana y el sudor grueso le hacía mal para su presentación personal que tanto cuidaba: la corbata, el nudo bien proporcionado, el vestido con pocas arrugas, los zapatos brillantes, el sombrero impecable y ladeado. Toda una pinta bacana, Don Carlos.

Corrieron los curiosos para verlo al aeroparque Olaya Herrera. Las muchachas más despejadas del lugar también. Tuvieron que ir hasta el corregimiento de Guayabal, en donde estaba el paraje Las Playas, como denominaban el campo de aviación. Algunos lo hicieron en automóviles propios y otros en taxis que aparcaban en la Plaza de Berrío. Los hombres usaban sombrero, muchos jovencitos y niños caminaban descalzos por las calles semiempedradas. Usted llegó con sus guitarristas, su secretario y varios amigos que formaban la tropilla. Inclusive mis paisanos creían que lo acompañaba una orquesta, pues así lo anunciaba la prensa escrita, días anteriores. Pero el tango en su voz estuvo acompañado, la mayor parte de las veces, por guitarras, esas que Usted rasgaba no muy bien que digamos. ¡Ah! Pero traía su voz, la que aprendió de Caruso y Titta Ruffo a situarse en la garganta para la mejor canción.

Ese 10 de junio no se imaginó que quince días después se formara una nube en el cielo para dejarlo a Usted allí colgado para siempre, mirando el Valle de Aburrá. Tampoco se imaginó que aquí quedaría su cepillo de dientes retorcido y chamuscado. Y que el reloj apachurrado, recogido entre los escombros, de Alfredo Le Pera, marcara las tres y diez de la tarde.

Le gustó la habitación del Hotel Europa donde se alojó. ¿Recuerda la sorpresa que le produjo el comino crespo del escaparate y cómo era de chico el espejo en donde no alcazaba a reflejarse toda su figura antes de salir a la calle? Lo que no le gustó fue el licor nativo. Apenas si probó un poco de aguardiente de caña gorobeta. Al fin y al cabo Usted tomaba, en pequeñas cantidades, vino y algo de brandy para aclarar la voz. Encontrarse ese licor blanco como la grapa, no le causaba el mejor de los placeres.

Después las visitas de sus admiradoras en la puerta del hotel sobre la carrera Junín, esa callecita estrecha, con vitrinas de almacenes que ofrecían paños ingleses, letines holandeses, hojaldres de Cartago, coletas y percal de la Fábrica de El Hato. Entonces Usted les firmaba autógrafos, con su pluma fuente y la sonrisa eterna repartida a puñaditos.

Tarareaba en la ducha sus canciones, para mejor expresarlas en la función de la noche. El Circo Teatro España, situado en la parte baja del barrio Boston, por la carrera Girardot al cruce con Caracas, era el lugar apropiado, con una cabida máxima de cinco mil personas: palcos a un peso, luneta a sesenta centavos y galería a veinte. Se debía llenar a reventar, pero no fue así. Peor aún en la segunda noche porque llovió. Los medellinenses saben de las aguas intempestivas de junio en lugares destechados y prefirieron no ir. Así que se quedó un día más.


Anduvieron de prisa lo que fueron a verlo y cruzaron los jardines del Circo Teatro España, mientras comentaban, con sarcasmo, los malos tragos del alcalde municipal, Don Jorge Hernández. Llegaron los comerciantes de la plaza mayor y de San Benito, las verduleras del barrio Guayaquil, los obreros del tranvía eléctrico, los trabajadores de la empresa de electricidad, las obreras de las trilladoras de café y de las panaderías, los artesanos del oro, del cuero, los sastres, los talabarteros, los carpinteros y algunos músicos de la calle Guanteros. También asistieron los primeros profesionales universitarios, algunos empleados del gobierno y varios policías que por aquellos tiempos lucían su dotación de polainas de cuero.

Lo demás ya lo sabemos, Don Gardel. Con su vocación de cigarra, con su clavel del aire, con su barrio plateado por la luna, y con su sentir que es un soplo la vida, la muerte lo atropelló con un accidente de motores aéreos, de gasolina inflamable. Antes estuvo en Bogotá donde cantó sus últimos tangos. Volvió una tarde de paso hacia Cali, para entrar, borracho de emoción, “al territorio del mito donde vagan los dioses desterrados”. Obvio Don Carlos que nadie lo llora. Basta ver sus teclas dentales y su cabello lustroso como un piano de cola para compartir el gallardo laberinto de su canto encantado. Lo sabemos mejorado del resfriado. Lo vemos mano a mano jugando con las cuerdas vocales en el encordado de una guitarra que se liga a la queja de un bandoneón. De un bandoneón cremado en la canción de la ciudad.

(A los organizadores y auspiciadotes del Festival Internacional de Tango Ciudad de Medellín)

miércoles, 6 de junio de 2007

Suena, tango compañero



Suena, tango compañero
Jesús Vallejo Mejía

"El Mundo Semanal" ha queri­do asociarse a la celebración del cincuentenario de la muerte de Carlos Gardel convocando este foro para discutir sobre lo que repre­sentan el zorzal criollo y el tango para la gente de hoy y cuales pueden ser los pronós­ticos sobre su vigencia para el futuro próxi­mo. A fuer de gardeliano y tangófilo impe­nitente, se me ha solicitado hacer una pre­sentación de los temas principales que podrían ser objeto de análisis en esta opor­tunidad.
El primero de ellos se refiere, obviamente, a la cuestión de por qué gastar tiempo ocu­pándose de un cantor popular y de un géne­ro musical que se sitúa dentro de lo que no sin displicencia suele denominarse el "arte menor", cuando hay tantas otras cosas im­portantes que requieren atención. Antici­pando algunas opiniones que seguramente abonarán los interlocutores de este foro, hay que observar que el hecho de que un cantante popular y el género que él cultivó más asiduamente hayan mantenido vigen­cia por más de medio siglo en el mundo lati­noamericano, constituye un indicio signifi­cativo sobre el modo de ser de nuestra gen­te, que se identifica en buena medida con aquéllos. De esa manera, explorar estos te­mas conduce a inquirir sobre la sensibilidad y las actitudes vitales de nuestro pueblo. Este planteamiento da lugar a otro: ¿qué explica la vigencia de Gardel y el tango? No ha faltado quien diga que el mito garde­liano es hijo de la manipulación publicita­ria, de suerte que sin una hábil promoción de su figura por las casas cinematográficas y las disqueras, hace años que Gardel habría pasado al olvido. Habría así una in­dustria del mito, promotora del llanto co­lectivo, interesada en extraer jugosos divi­dendos de la sensibilidad popular y la cursi­lería de la gente común. Sin negar lo que puede haber de cierto en estas apre­ciaciones, el hecho de haber resistido a la fugacidad de las modas por tanto tiempo sugiere que esa vigencia se funda en algo mas serio que una confabulación de intere­ses comerciales. Algo hay en el producto y en sus consumidores que sirve de sustento a relación tan prolongada. Al hablar de la vigencia de Gardel y del tan­go se hace necesario distinguir lo uno de lo otro. En efecto, a pesar de la compenetra­ción tan intensa que ha habido entre la can­ción ciudadana y su máximo intérprete vo­cal, existen diferencias notables entre el fe­nómeno tango y el hecho gardeliano. El tango se popularizó inicialmente como una danza que a príncipes de siglo se veía como algo exótico y audaz. Ello explica que los primeros tangos famosos lo fueran por su música y que antes de que hubiera canto­res célebres ya existieran las orquestas típi­cas, basadas en el esquema de cuerdas, ban­doneones, bajo y piano. De esa suerte, el tango instrumental ejecutado por con­juntos característicos que lo fueron refinan-do hasta el punto de hacerlo apto no sólo para el baile sino para la audición musical, explica en buena medida la permanencia del género, que se vio afianzado por la feliz combinación que principalmente en las dé­cadas del 40 y del 50 se dio entre orquestas típicas y cantantes, con binomios que ya son legendarios: Troilo-Fiorentino; Di Sarli-Rufino; D'Agostino-Vargas; Tanturi-Castillo; Caló-Iriarte; Demare-Berón, etc...

Gardel Folclorísta
Por otra parte, Oardel no fue únicamente un gran cantor de tangos, así se lo llamara internacionalmente "el rey del tango". También fue un excelente folclorista, bien haciendo dúo con José Razzano o corno cantor solista. El género "criollo", integra­do por zambas, vidalitas, tonadas, estilos, cifras, gatos, triunfos, cuecas, chacareras o valses, predominó en su repertorio hasta el año de 1922 y siempre estuvo presente en sus actuaciones. Un buen tema a discutir es precisamente el de la importancia de Gardel en la música folclórica argentina, en la que dicho sea dé paso gustaba, más que en el tango, de lucir su virtuosismo canoro. Por otra parte, en sus últimos años quiso pro­yectarse como cantor internacional, por lo que grabó varios discos con canciones fran­cesas e incluyó en sus películas rumbas, val­ses y canciones melódicas, fuera de que su repertorio tanguístico adoptó un sabor que desbordaba el localismo porteño. Bueno es observar que antes de Gardel hu­bo otros cantantes de tango, pues su identi­ficación con el género sólo se hizo patente en 1923. Así mismo su reinado no fue exclusivo y tuvo que compartir laureles con Ignacio Corsini y Agustín Magaldi, entre otros. Sin embargo, el modo gardeliano es el que mayor influencia ha tenido en la interpretación vocal del tango y vale la pena señalar cuáles fueron sus característi­cas sobresalientes.
A Gardel se le oye todavía por la calidad de su voz y por la riqueza de su temperamento artístico, amén de su atractiva y diríase que arrolladora personalidad. Estaba dotado de un vigoroso registro de barítono brillante, capaz de cubrir dos octavas y de pasar fácil­mente de los tonos agudos a los graves sin perder afinación. Su estilo era sobrio, di­recto y expresivo; su canto fluía espontáne­amente y se amoldaba a las exigencias de los argumentos de sus letras, tratando de manifestar a cabalidad la intención de cada una de ellas. Podía ser entonces sentimen­tal, dramático, festivo, amoroso, arrabale­ro, doliente, reflexivo, irónico, eufórico, vehemente o compasivo, según conviniera al texto a interpretar. La versatilidad es un de los secretos de su éxito. Otro, su buen gusto musical, lo que le ha permitido afir­mar a Piazzolla que a Gardel se le podrá es­cuchar siempre, a pesar de la deplorable ca­lidad de muchas de las letras que cantaba. Y esto plantea un tema que puede constituir el fondo del debate: ¿cuál es el mensaje que transmiten las letras de tango? ¿qué sentido tiene lo que han cantado Gardel y sus seguidores? ¿Qué valor asignarle a la expre­sión literaria del tango? ¿Qué puede decirle a la gente de hoy?

Tango y metafísica
Esto ha dado lugar a las más encontradas polémicas. Para unos, los tangos no dejan de ser "casos de policía con letra", lamen­tos cobardes, torrentes de cursilería. Un so­ciólogo argentino se dedicó alguna vez a analizar el mundo de las letras que cantaba Gareleí y se encontró con que ahí predomi­naban los temas canallescos, las actitudes cínicas y amorales, las historias de rufianes, hampones y mujeres de vida airada, etc... Sin embargo, un intelectual de la talla de Ernesto Sábato ha señalado que esos humil­des leírislas de tango "hacían metafísica sin saberlo", al tocar temas como la soledad, la frustración, el desarraigo, el sino, la fugacidad de la vida, la disolución que opera el tiempo, etc... Por eso un estudioso del género. José Gobello, observa que la gente común se ha identificado con los personajes de los tangos no por lo que ellos hacen, que desde luego no coincide con lo que a cada uno de nosotros nos pasa, sino porque en los tangos se narra la pugna del ser humano con su destino. Es gente que, como en el tango de Discépolo, "lucha y se desangra". Contra la idea de que los sentimientos que excita son ruines y mezquinos, Aníbal Troilo, que para no pocos es a la música lo que Gardel para el canto, afirmaba que en el tango predominan la nostalgia y la ternu­ra, lo que le confiere entonces un valor per­manente.
Aceptando que se trata de literatura popu­lar, que no puede ser juzgada a la luz de cá­nones rigurosos, cabe decir que el tango ha adoptado un modo de expresión peculiar, a la vez intimista y descriptivo, un lenguaje que combina lo poético con lo prosaico y, sobre todo, ha creado un mundo del que di­jo Borges en alguna ocasión que podría ca­lificarse como una comedia humana en to­no menor. Los actores, los escenarios y la trama de esa comedia, así como la forma como se la ha relatado, pueden dar pie para muchos análisis. En general se considera que es un retrato burdo y pintoresco de cierta época de Buenos Aires, su gente y sus contornos. Ese "mundo de tango" merece consideración especial, asi sea únicamente por su originalidad y su variedad. Pero aquí debe uno preguntarse no sólo si es cierto que expresa una concepción de la vida de la gente sencilla, sino sobre tas pautas que les ha brindado a sus oyentes para interpretar sus propios problemas vitales. El tango es confidente; muchos se identifi­can con él. Pero también cuenta historias y da consejos, lo que conduce a que haya quienes miren la vida con el lente que aquél les brinda. La calidad de ese compañero, es desde luego, tema de discusión.

Los ecos del tango
Otro tema importante, para terminar, es el de si el tango y, concretamente, Gardel, pueden seguir diciendo algo para la gente de hoy. ¿Cuál es la actualidad de su mensa­je, fuera de servir de testimonio del pasa­do? Es evidente el contraste del tango, en sus letras, en su música o en sus expresiones vocal y coreográfica, con el mundo de la música popular actual. Ha habido cierta­mente intentos de aproximación e integra­ción entre esos dos mundos, como lo muestra, por un lado, Astor Piazzolla y, por otro, Susana Rinaldi. Pero la objeción se alza de inmediato: lo que ellos hacen no es tango sino música del Buenos Aires de ahora: Yo me siento tentado, sin descono­cer sus grandes méritos, a avalar esa obje­ción. Está bien lo de Piazzolla y la Rinaldi: es novedoso y original, condescendiente con lo de hoy que es el rock y la balada; es música de una ciudad congestionada y febril. Pero ya no es la voz de ese "hijo ma­levo, tristón y canyengue que nació en la miseria del viejo arrabal". El tiempo de esa voz ya no es el nuestro; sin embargo, sus ecos perduran porque es "como un beso prolongado que viene del corazón".
El Mundo, 15 de Junio de 1985. Medellín









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