miércoles, 25 de abril de 2007

¡Está vivo! ¡Gardel está vivo!




Cómo supimos
Los que tengan buena memoria recordarán que esa tarde del 24 de Junio de 1935, a las 2 y 57 de la tarde, el arrabal se estremeció con la absurda y su­puesta muerte de Carlitos Gardel.
También recordarán que algunos acompañantes lo­graron escapar de las llamas: José María Aguilar (guitarrista muy bueno), Alonso Azzaf (masajista Portorriqueño), José Plaja (Profesor de Inglés del morocho) y Grant Flynt (un gringo aviador).
Se desconocen los destinos de estas personas; se desconocen las taras sicológicas que la tragedia les pudo ocasionar (de José Plaja se sabe que le cogió inquina a los trimotores); se desconoce su versión de los hechos.
De estos sobrevivientes quien nos interesa es el nor­teamericano Grant Flynt, quien es el autor de esta pavorosa revelación: que Gardel está vivo, que se esconde en el oriente antioqueño, que nadie lo ha visto.
Esta chiva periodística, que ya se quisiera nuestra colega "Cromos", nos la dio el libro "Zorzal's True", aparecido recientemente en el estado de Nebraska (USA), donde Grant Flynt, ya octoge­nario, pasa holgadamente su tercera edad.
El libro, editado por Sky Corp. Ed., no tuvo eco en Norteamérica donde aún creen que Gardel es un in­vento paisa para obtener divisas.
Grant Flynt tiene por qué saber lo que cuenta en su libro: él mismo salió chambuscado del trimotor F-31, de la Sociedad Aeronáutica Colombiana (SACO), y supo lo que ocurrió antes del choque, en el choque y luego del choque.
Y lo que cuenta es muy sencillo, aunque espeluznante: que Gardel fue sacado vivo con la cara de­masiado quemada y llevado a una clínica de la ciu­dad en la que se recuperó y de la cual salió para ya nunca ofrecerle su rostro a la fanaticada. Pero vea­mos cómo desenrolla mister Flynt esta complica­da madeja de los hechos.
El rollo
Intrigado por la oscuridad de lo sucedido ese día fa­tal del accidente Jorge Sturla, cotizado reportero del diario "Crónica" de Buenos Aires, se vino en 1971 para Medellín a desenmascarar la mentira en torno al zorzal.
Era cierto que él y sus compatriotas habían visto las cenizas de Carlitos llevadas hasta la calle Co­rrientes, pero quién quita que hubieran sido las de Le Pera o las del agente secreto que la policía colom­biana dispuso muy gentilmente para la protección del morocho.
Se ha comprobado después que las cenizas se pueden confundir por su coloración y consistencia y fue con esta duda que llegó a Colombia el señor Sturla, des­de luego viaticado por el diario "Crónica", que in­cluso lo autorizó a comerse los tres golpes diarios y gastar en chucherías o mecato si las circunstancias así lo exigieran.
Sturla traía en su mente un cabo por atar: el disparo que hubo dentro del trimotor F-31, el alegato que se escuchó segundos antes y la presencia de una ex­traña mujer vestida de negro, que se despedía de Carlitos voliando la mano enguantada y con sus lindos ojos encharcados de amor.
Trascribimos del periódico “El Mundo” lo que ellos transcribieron del diario "Crónica" de Buenos Aires, que a su vez lo trascribió de la cruda realidad:
"... (Ernesto Samper Mendoza) intimo amigo de Gardel, no pudo reprimir sin embargo su despecho y lo hirió con un sarcasmo que concretaba antiguas suspicacias infames.
"—Para conseguir esa muchacha hay que ser más hombre, Carlitos, Y tu sabes que te falta algo."
"Gardel perdió la cabeza, extrajo el revolver y le disparó un balazo". (El Mundo, Junio 27 de 1979).
Esto, según el libro de Grant Flynt, "Zorzal's True" (pág. 33), "es de las más viles calumnias que pueda ingeniar la mente humana".
Herminia Moscoso es una enfermera jubilada que cada mes espera impacientemente su pensión. "Yo aprendí primeros auxilios y cuidado de enfermos con unas monjítas que fue­ron a Itsmina por allá en el 25". En ese entonces ella tenía apenas nueve años.
Doña Herminia llegó a Medellín en el 31 con una hermana mayor que venía a colocarse "en lo que fuera", y se queda­ron. Carmenza, la hermana, murió tísica dos años después y Doña Herminia quedó sola. Por esos días ya trabajaba con el Dr, Solano en un consultorio "Por allá por Palacé, por don­de era el Medellín viejo". Le ayudaba con los pacientes y en el aseo del consultorio, que en ese entonces era uno de los más concurridos y afamados.
Fue allí precisamente donde llevaron a Gardel después del trágico accidente, "Yo ni siquiera sabía que era ese cantan­te porque yo ni oía radio, y en la vitrola de la sala en la ca­sa del Dr. Solano no más ponían discos de Opera que Doña Amalia (la señora de Solano) acompañaba a los gritos". Nos dijo que lo atendieron lo mejor que pudieron pues en esos días había escasez de yodo y el enfermo tenía total­mente quemado el rostro. "Pero no paraba de reírse" dice Doña Herminia y nos mira extrañada.
"Yo recuerdo especialmente a ese señor porque el Dr. me prohibió que hablara sobre él, y que hiciera como si nunca lo hubiera visto". "No volvimos a acordarnos de él. No más unas 364 veces me acordé, cuando esculcaba mis cosas y veía su foto".
La foto es un valiosísimo tesoro que ella guardó como si na­da valiera, pero a la vez la negligencia y el descuido paradó­jicamente protegieron. "Esa foto la tomó un colega del Dr., que andaba muy entusiasmado con una cámara que le ha­bían traído de otra parte. Lo cierto es que como a los dos días me la dio (la foto) dizque porque era el vendaje más lin­do que había visto". Al reverso se lee, de puño y letra del galeno: "Para la Nithingale del trópico. . . de quien admira sus vendajes. ., " y la firma es ilegible. Ella no se acuerda del nombre del médico porque el Dr, Solano era aficionado a los apodos y siempre le dijo "El Curita", pero afirma con­vencida: "Eso sí, donde lo vea lo conozco."
Doña Herminia, cómplice inocente en la transformación y desaparición de Gardel, aún permanece inconsciente de la importancia del hecho. Quizás por eso se le vea tan tranqui­la conversando y siempre charlando por los pasillos del ancianato.
Flynt manifiesta severamente que no hubo tal dis­paro ni tal discusión, pero admite que vio a Gardel despedirse de pico en la boca de una mujer muy bella, ataviada de negro y misteriosa.
La verdad
Gran Flynt, que trató de salvar a LePera sacándole de las llamas, narra así el momento crucial:
"... después del estallido hubo la natural confusión. Yo salté de la nave, pero al oír gritos de horror me precipité de nuevo, hondamente aterrado, al interior de la cabina y encontré a LePera aprisionado, im­plorando socorro.
Traté de ayudarlo, pero ya tenía prendidos el pelo y las cejas y a mí se me estaba incendiando la ropa. Busqué a Gardel, que segundos antes charlaba con su amigo LePera y no lo vi por ningún lado. Pensé que se había salvado y me alegré en lo más recón­dito de mí ser. Volví' a salir del avión y vi que una ambulancia sin sirena abandonaba velozmente la pista del campo de aviación.
Quién iba en la ambulancia? Esta fue una pregunta que nadie respondería durante más de 50 años de misterio, hasta ahora, que ya no soporto el ahogo de este secreto" (pag. 65).
Todos tapan
Y continúa Flynt su angustioso relato así:
"... Repuesto del susto, tres días después del luctuo­so acontecimiento, cuando ya habían velado y llo­rado- unos despojos que no correspondían al Zorzal, me atreví a indagarle al doctor Antonio José Ospina, médico que dirigió los levantamientos, sobre la pre­sencia de la ambulancia y la ausencia de Gardel en la nave. El doctor Ospina se puso colorado y balbu­ció un español incomprensible, que yo entendí co­mo una evasiva. Creo sin embargo que el médico Ospina fue sincero al asegurar no saber nada, pero su turbación me hizo germinar la semilla de la duda.
Después la prensa mostró las joyas de Gardel y los documentos, elementos que no estaban la misma tarde del triste suceso y que aparecían sospe­chosamente en un montoncito.
Mi curiosidad sureña me llevó a investigar en las clínicas de la ciudad, pero ninguna admitió que hu­biera ingresado algún herido del siniestro.
Por supuesto yo no me conformaba con el testimo­nio de las clínicas y recurrí a los vecinos, cuya cooperación fue altamente eficaz.
Supe entonces que el Zorzal había ingresado a un consultorio particular, situado en la avenida Palacé. Entendí que me sería negada la entrada y cualquier tipo de información y resolví arrendar un cuarto justo al frente del consultorio, desde donde vigilé sin descanso para no perderme la salida del moro­cho, que sin embargo podría salir por detrás, por la calle Bolivia. {Aquí Grant Flynt confunde a Bolí­var con Bolivia. N. de T.).
Así pasaron tres días, más bien monótonos si no hubiera pasado lo que pasó: la extraña dama de negro salió del local con gafas oscuras y compró uvas y manzanas en la vía pública.
Con mí barba ya crecida y exhausto por la vigilia, mis desvelos fueron premiados por la súbita apari­ción de! Zorzal.
Fue al sexto día, en la madrugada. La presencia de un carro frente al consultorio me puso en guardia. Dispuse mi cámara con su teleobjetivo, le quité el flash, forcé la película de 400 asas y ¡Click!, obtuve la foto que ahora me atrevo a mostrar.
Todo se hizo de prisa y el auto se marchó a gran ve­locidad con rumbo desconocido" (págs. 68 y 69).
Aburrido me voy
El libro de Grant Flynt sigue detallando los porme­nores de una búsqueda que duró algo más de 4 me­ses, infructuosa y agotadora. Así concluyó su inves­tigación: "Cansado de una averiguación que no cua­jaba, aburrido, reclamado por mis hijos en Nebraska, poseedor de un secreto que no podía revelar porque estaba inconcluso v porque haría inútiles las lágri­mas soltadas y los pucheros contenidos, me dispuse a dejar a Colombia y me juré llevarme la verdad al sepulcro" [pág. 208).
Nosotros en acción
Perplejos con la noticia, y con "Zorzal's True" en la mano, nos dispusimos a encontrar a Gardel, aun­que ello significara la quiebra económica de FRI­VOLIDAD y el derroche de recursos humanos.
No encontramos el consultorio, pero sí una valiosa pista que nos llevaría donde la señora Herminia Moscoso, de 72 años, que era enfermera y que atendió a Carlitos.
También, con la ayuda de amigos en la aeronáutica (ayuda que nos apresuramos a agradecer con alma entera) encontramos a don Nolasco Higuita, casi ciego y casi desmemoriado, que trabajó de maletero en el aeropuerto Las Playas, que presenció todo y que nos alumbró un tris en la negrura de este caso.
Atando cabos concluimos que el Zorzal se escondía en el oriente antioqueño. Cinco personas nos dedica­mos durante-Diciembre y Enero pasados a la bús­queda incansable de alguna finca que levantara sospechas.
"...vi que en un carro blanco subían a Gardel con un trapo en la cara"
Quienes sean tan afortunados de haber conocido el antiguo aeropuerto de "Las playas", talvez recuerden a un mucha­cho descalzo y ágil que cargaba con los baúles y maletas de los viajeros en el Medellín de los 30. Nolasco Higuita, por esos tiempos tenía 12 ó 13 años y era maletero. "No había­mos sino dos. El otro era don Marcos, un señor que me lle­vó allá dizque pata lavar los baños, pero yo eché para ade­lante y me puse de cotero como a los 15 días."
Cuenta Nolasco que el día del accidente él se disponía a re­coger unas botellas que habían vaciado los asistentes al acto de despedida de Gardel, cuando ocurrió todo. "Yo no pen­sé que se habia prendido el avión de Carlitos, pues en ese tiempo los aviones explotaban mucho cuando iban a arran­car." Don Nolasco siguió en su labor hasta que escuchó los gritos y las sirenas y corrió a contarle a Don Marcos que es­taba descargando un taxi recién llegado. "Cuando iba a la carrera para la puerta sentí un empujón por detrás y me caí. Cuando alcé a ver, vi que en un carro blanco subían a Gardel con un trapo en la cara. Yo lo reconocí por el pelo, y además en ese mismo carro habían llegado él y la señora de negro que le estaba ayudando, aunque debía estar medio borracha porque era la que más había tomado en la fiesta."
Desde ese momento no supo más del auto, ni de la mujer de negro, no se atrevió a hablar con nadie del asunto por te­mor a que creyeran que estaba loco y a que se le desvalori­zara un pedazo (parte de la caja de resonancia y el brazo ca­si completo) de la guitarra de Carlitos que logró rescatar de los escombros y que es tan genuino "que hasta le han ofrecido plata por él”.
En Febrero, desalentados y tristes, dimos por con­cluida una historia que más bien parecía una secue­la sicológica en el cerebro de Flynt.
Pero suena el teléfono
El 10 de Abril por la mañana sonó el teléfono de FRIVOLIDAD. Carmencita Ortíz, nuestra encanta­dora secretaria, contestó como siempre, amable y olvidadiza. Al otro lado de la línea una voz campesi­na dijo: "Señorita, yo conozco una finca sospecho­sa como la que buscan vustedes... si me dan lo que dijeron les digo".
De inmediato salimos para El Retiro: una casa finca como cualquiera, con un portón como cualquiera, con un celador como cualquiera, pero con una at­mósfera rara, intrigante.
Saludamos al celador y la manifestamos nuestro de­seo de hablar con los moradores de la finca, pero fue categórico en su negativa; tenía orden de que no entrara ni el presidente y le quitó el seguro a la cara­bina.
¡Lo vimos!
Nuestro jefe de redacción nos hizo señas de no in­sistir y regresamos a Medellín. Pero naturalmente comprendimos que teníamos entre manos una no­ticia extraordinaria. Así que, disfrazados y por tur­nos, le montamos guardia al lugar.
Tres doberman y un pastor alemán refuerzan la vigilancia de la finca, cuya extensión no supera las tres cuadras.
El silencio campea. De pronto se escucha un ladrido o la presencia lejana de un auto. Nosotros ardemos de ansiedad y siempre tenemos un poquito de ham­bre. Alguien sugiere sobornar al celador, pero esto sólo alertaría a Carlitos y el vigilante quizá se quedaría con la plata.
Nuestro fotógrafo casi cae de un árbol desde donde miraba con su tele. Por fortuna es sólo un rasguño y lo subsanamos con una curita de cuenta de PRIVOLIDAD.
Estamos cansados, pero esta chiva nos atrae horriblemente.
Por fin el 25 de Abril por la tarde logramos verlo, ¡Verlo! ¡Verlo!, ¡Oh Dios, parecía mentira!.
Gardel se asolea
Ese día, una mujer encorvada y de luto (también con gafas negras) sale de la finca en un Renault verde. Lleva consigo dos de los perros y se despi­de del celador con un dejo levemente argentino. Algo como: "Recién vuelvo, pibe".
Quedan sólo dos perros y el hombre/ lo que facilita las cosas. Nuestro jefe de redacción organiza un pequeño incendio en un costado de la finca. El fotó­grafo suelta un conejo en el otro costado, que eje inmediato atrae a los perros. El celador corre al lugar de las llamas, momento que aprovecha el fotógrafo para lograr la primera foto del Zorzal después de su fingida muerte.

(Frivolidad, 1986, Medellín)
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Entre la fantasía y la verdad

Parque de Berrío, Medellín 1935, Fotografía de Obando


Entre la fantasía y la verdad

Charla tanguera imaginaría en un recordado café de Belén con José María Aguilar, GrantFlynn y Tartarín Moreira. Invitado especial: Carlos Gardel.

Gustavo Escobar Vélez.

Siempre he sostenido, a pesar de los argumentos del arquitecto e investigador uruguayo Nelson Bayardo, que Gardel nació en Francia y murió en Belén. Así de sencillo. Sigo siendo francesista con ganas de trasladar la cuna de “El Zorzal” para Tacuarembó Uruguay, pero, eso sí, aseguro que "El Morocho" murió en mi barrio Belén o, al menos, en los límites de éste con el barrio Antioquia.
Resulta que el aeropuerto Ola­ya Herrera está ubicado a un lado de la carrera setenta, en el tramo que corresponde a esta tradicional fracción de Medellín. Es más, no hay persona nacida en este importante sector de la capital antioqueña, y que marque con el cinco, que no se hubiera dado el placer de meterse por esas mangas aledañas a la pista principal, o en las cabeceras de la misma, a ver aterrizar o decolar aviones.
Y es que, hasta comienzos de los sesentas, antes de que el progreso comenzara a llenar .de urbanizaciones mucha parte del barrio Belén. Estos sitios eran inmensos terrenos llenos de árboles y plantas silvestres. Y con mayor razón, hace sesenta años; cuando el absurdo accidente aéreo donde murió Carlos Gardel. En 1935 tenía la ciudad unos doscientos mil habitantes aproximadamente. Era una aldea.
Casi se conocían de memoria los vecinos, y Belén ya tenia cierta importancia: contaba con "chivas" y tranvía; alguito de comercio, así fuera dominical, y muchas casas-fincas. Era también parroquia importante y muchas familias comenzaban a radicarse en el sector del centro; Y, no faltaba más, ya había cafés famosos como El Excelso y otros de menor Importancia. Por cierto que en dicho café había pianola y ortofónica. La pianola la manejó unos años David Dávila Álvarez, fallecido hace poco a los 82 años de edad. Bailaban los pipiolos y pipiolas de la época los antiguos Fox-Trots como Nerón; los pasodobles como La Buenaventura; y La Danza de las Libélulas, las voces de Pilar Arcos. Tito Schipa, José Moriche y Margarita Cueto.
La Orquesta internacional y toda ''aquella pléyade de figuras de la .canción popular eran la moda. Ya había tangos en las voces de Fortunio Bonanova, Juan Puli­do. Pilar Arcos y José Moriche principalmente.
Presentaban cine mudo en la capilla del Divino Rostro mucho .antes del reinado del teatro Mariscal. Aun viven personas que presenciaron TANGO, en 1933, película en la cual aparece Al­berto Gómez. Años después el mismo Gómez cantaría en El Mariscal. En este mismo recinto se proyectaron películas argenti­nas con Hugo del Carril. Libertad Lamarque. Armando Bo (Pelota de Trapo) y Los Cinco Grandes del Buen Humor, verdaderos ge­nios del género, entre los cuales estaba Guillermo Rico quien fue voca­lista de la orquesta de Francisco Canaro con el nombre de Gui­llermo Coral Tam­bién se recuerda la figura de ese genio que fue Luis Sandrini. Existían por los alrededores de la pla­za principal sitios tan recordados como El Murín, yendo para el cementerio, donde jugaban al billar y tocaba su tiple Tartarín Moreira. Precisamente un año an­tes del accidente. La Voz Sentimental de Buenos Aires había grabado de Tartarín y Carlos Vieco los tangos En la Calle y Son de campanas.

VAMOS AL CAFE CHIPRE
Pero vamos al Café .Chipre, en plena plaza, unos quince años después de la tragedia, y participamos de la charla que sostuvieron dos de los so­brevivientes. Mr. Flynn, el guita­rrista José María Aguilar y el ex-Panida Tartarín Moreira con El brujo Carlos Gardel. Grant Flynn era el Jefe de tráfico de la SACO (Sociedad Aérea Colombiana) y se salvó de pura chiripa. Salió con el traje en llamas y, pienso yo puso una fábrica de arepas en Belén-Rincón. Aguilar, excelente guitarrista, aunque un poco herido pero optimista, vivió en Medellín y no podía faltar a la tertulia. La suerte; del gringo la ignoro. Debió entregar sus arepas y morir. De Aguilar sé que murió en Buenos Aires. Argenti­na, el 21 de diciembre de 1951 y en accidente de tránsito. El poe­ta Tartarín falleció en Medellín el 1 de noviembre de 1954. Y Carlitos no ha muerto. Me dicen que todos los días canta mejor, lo cual ampara mi creencia, y lo volvimos antioqueño de cuerpo y alma. ¿Por qué vive? Pues, "por­que se murió muy a tiempo", como aseguró un borracho en Manrique.
El Chipre ya no existe como café. Hay una agencia de abarro­tes en la ritualidad y queda si­tuada en la calle 30A con la ca­rrera 76, como quien dice en el corazón de Belén donde funcionó el café. Hasta hace unos diez o quince años perteneció a la familia Dávila Correa
El Chipre fue el típico esquinero, un poco mo­derno en su construcción si se compara con otros que existie­ron en el barrio. En el segundo piso -la edificación es de dos y se conserva igual- funcionó un res­taurante que pertenecía a Ro­berto "Cachano" todo un perso­naje del lugar. El bar sí fue de un solo dueño: el señor Antonio Es­trada quien con sus hermanos Rubén y Tulio cons­tituyeron toda una dinastía de cantine­ros. Tulio y Rubén fueron dueños del Café Plisen (que aún existe casi igual) y de El Central, frente al Chipre, respecti­vamente. En el Chi­pre había billares y "piano" que es como denominamos los paisas al traganíquel o rokola. ¡Va la ma­dre si no era un Seebur! Mesas loseadas, redondas y con bo­tella de Plisen pinta­da y vasos grandes con oreja. El ambiente era propicio para los patos, chóferes del Tax Belén y bo­hemios elegantes. Leyendas y. en Serio: "muñeco" a bordo. Fue el negro "Chimbarria" a .quien mató “Jugando mamá Jugando" Alberto Vélez, excén­trico escultor a quien apodaban "el secretario de la muerte". Épocas de Roberto Araque; del albañil "Pastrana", negro como la noche; Toño Montoya y Pedrito Loco con "El Mister" Cadavid, piperitos redomados pero buenas gentes. Rodrigo y Héctor Restrepo, Guiller­mo "Piojo" García y Mario Escobar (llave de oro), Arturo Salinas Pérez y Jairito Escobar (sastre y bombero respectivamente) y, en fin, como en cualquier café del barrio La Boca un mosaico disquero fuera de serle. ¡Algunos viven, otros ya no!

COMIENZA LA CHARLA BACANES DE CAFETÍN
Nuestros personajes escogieron un lunes y fijaron como hora de encuentro las 3 y 5 de la tarde. Se ubicaron en una mesa situada en un rincón. Querían estar aparte. Libardo Parra Toro, Tartarín Moreira, fue el anfitrión como buen habitante del barrio y conocedor de sus gentes. Su atuendo era bien característico: sombrero "a la pedrada" esto es ladeado; ca­misa de seda a rayas verdes y blancas; corbata ancha roja y blanca, de rayas transversales; pantalón con pretina casi a la altura del pecho y de bolas estre­chas; saco senil estrecho con pa­ñuelo "floreado" de color rojo o verde claro; en la solapa “la orquídea de un dolor”. Zapatos combinados blanco y café y medio tacón. Todo un dandy. "Una culebra en traje de civil", al decir de León Zafir. Pálido, de andar parsimonioso y de hablar pausado y a bajo volu­men. Sostenía las bolas de cau­cho bajo sus carrillos con autentica maestría. Comparaba al ne­gro Celedonio Flores y a Discepolín guardando la lógica distancia.
Flynn y Aguilar eran absortos contemplando al poeta. Al poco rato hizo su entrada Don Carlos Gardel. Su estampa, ampliamen­te conocida causó impacto entre los clientes que Jugaban billar. Esa sonrisa única era la atrac­ción. Saludó de mano comenzó a indagar por los tangos de Tartarín. Comenzó a recordar al dueto dé Alejandro Wílls y Alberto Escobar con quienes sostuvo amistad en 1923 en Buenos Ai­res. Contó cómo había aprendido canciones colombianas de los antiguos discos de Pelón y Marín y de los cubanos Floro y Cruz; se emocionó relatando que uno de los preferidos por él era Rumores o Tras d es verdes colinas y el cuál llamaban también Las aguas del Magdalena; manifestó así mismo su predilección por Mis flores negras y añoró el tiple que le entregó el compositor Emilio Murillo en Bogotá. Lamentó no poder grabar Canto fatal o Hambre la madre tenía. Habló de Mis perros, el bambuco que cantó emocionado y no olvidó tampoco "El Vagabundo" y "Asómate a la ventana".

TARTARIN SECRETARIO
Tartarín tomaba notas y rete­nía en su memoria las palabras del Zorzal y. posteriormente. In­terrogó a José María Aguilar quien contó brevemente su bio­grafía así: "Nací en la República Oriental del Uruguay en 1891. Gardel pidió mi vinculación a su grupo de guitarristas y alterné esa labor con "El Negro" José Ricardo y con Guillermo Deside­rio Barbieri. Acompañé esporá­dicamente a Ignacio Corsini en los discos Nacional y estuve secundando a los dúos Vega-Díaz y Feria-Italo para las grabaciones Víctor. Como solista recuerdo las páginas Recuerdos de la Alhambra, Manuscrito Árabe e "II Trovattore". De mi autoría, en la parte musical son Al mundo le falta un tornillo. Lloró como una mujer. Aromas del Cairo y unas sesenta obras más. Carlitos, aquí presente, debe recordar que él me grabó trece de mis canciones. De él me alejé entre 1931 y l934. Después del accidente acompa­ñé a varios cantores, muy a pe­sar de las dificultades físicas que le causaron las quemaduras. Ese es este servidor de ustedes.
Gardel recordó alguna: desavenencias con el guitarrista esto, aunque sembró una enemistad, terminó en reconciliación. Correspondió el turno a Grant Flynn. Jefe de tráfico de la SACO y además muy joven recordó detalles de la tragedia y las observaciones que les hizo a los ocupantes del avión -Gardel comitiva- y no olvidó la "confianza" del cantor quien no quiso abrocharse el cinturón de seguridad asegurando que eso eran "pavadas" es decir niñerías. Comentó que declaró en el juez lo que recordaba -y estuvo de acuerdo con las noticias aparecidas en el periódico La Defensa cuyos reporteros hicieron un seguimiento a los heridos. :
A las seis en punto se despidieron los cuatro amigos y Gardel siempre sonriente, comenzó a cantar aquello de "yo sé que en la hoguera de algún tango se quemará mi sangre el mejor día…” Ese Viejo Rincón, el tango premonitorio que grabó “El Morocho” y repetiría después 0scar La Roca.
Desaparecieron el viejo Chipre y el Tartarín de colorines pero queda en Belén, como en tantas, partes del mundo, la figura inconfundible de. "El Mudo.
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La canciones colombianas en el repertorio de Carlos Gardel

La canciones colombianas en el repertorio de Carlos Gardel
Luciano Londoño López


Según lo afirma en su obra Orlando del Greco (1), Gardel aprendió algunas cancio­nes colombianas durante su viaje a Chile en 1917. Las otras, se me ocurre, las debió aprender de discos.
Dichas canciones fueron lle­vadas a Chile tres años antes por la Lira Antioqueña, agru­pación colombiana que visitó esas tierras en 1914 y allí se desintegró.
La Lira Antioqueña fue/fun­dada en Medellín en 1903. Sus integrantes, todos artesanos, aprendieron ejecución de ins­trumentos de cuerda .y canto del músico español Jesús Arriola (2) (3).
Está agrupación realizó gra­baciones en la ciudad de Nue­va York en el mes de julio de 1910 y sus cantantes fueron Cabecitas (Enrique Gutiérrez), Leonel Calle y Eusebio Ochoa (4).
Las canciones Colombianas interpretadas por Carlos Gardel fueron 4 Bambucos, un Pasillo y un Tango (5) y son modelos de fraseo y bien de­cir, aunque muy pocos bambuqueras las primeras de ellas. En el orden cronológico en que fueron grabadas por primera vez, fueron:
1. Mis Perros, ritmo bam­buco, letra atribuida por Jor­ge Añez al poeta Federico Rivas Frade. La música aparece como de Alejandro Wills. Fue grabado por el dúo Gardel-Razzano en 1919. Asegura el investigador argentino Roberto Sellés que la Música de Mis Perros fue tomada de la Sép­tima Danza del violinista Es­pañol Pablo Martín de Sarasate, quien a su vez la tomó del folklor español. Además, esta canción lleva antiguas cuartetas anónimas andaluzas (6).
2. El Vagabundo, ritmo bambuco, canción del folklo­re colombiano cuya música se ha atribuido a Fulgencio Gar­cía. Fue grabado por el dúo Gardel-Razzano en 1919. Sus últimos versos casi seguramente pertenecen al coplero andaluz. Sobre «Vagabundo», asegura el investigador argentino Ro­berto Selles, que lleva antiguas cuartetas anónimas y su me­lodía es de compositor desconocido.
De este bambuco existe una curiosa grabación de la Lira Antioqueña, con las voces de Leonel Calle y Eusebio Ochoa, realizadas en Nueva York en julio de 1910, la cual, tal vez por truco comercial de aque­lla época lleva por título El Bagamundo antioqueño (sic). Se trata del disco Columbia Records c-885 (Patent 4708) cuyo tal vez único ejemplar que existe lo posee el propietario de la «Esquinita» en la ciudad de Bucaramanga, señor Car­los A. Pintó, quien es el ma­yor coleccionista de discos de 78 R.P.M. Que existe en Co­lombia.
Vale la pena anotar que, por razones que desconocemos, esta grabación de la Lira Antioqueña no figura en los siete tomos de la obra discográfica de Ri­chard K. Spottswood, la cual recopila toda la música popu­lar que fue grabada en los Es­tados Unidos entre 1987 y 1942 (7).
3. Rumores cuyo verdade­ro título es Tras de las verdes colinas y también conocido con el título de Las aguas del Magdalena, ritmo bambuco, letra del poeta Antioqueño Fran­cisco Restrepo Gómez y mú­sica de Alejandro Wills.
Esta canción fue grabada en 1914 por el dúo colombiano de Wills y Escobar (Alejandro Wills y Alberto Escobar), en una máquina portátil de la Víctor en Bogotá.
El dúo Gardel-Razzano la grabó en 1920 y ella hizo par­te del repertorio de despedida que cantó el Zorzal en la voz de la Víctor de Bogotá, el do­mingo 23 de junio de 1935 (8).
4. Asómate a la ventana cuyo verdadero título es Se­renata, ritmo bambuco, fue compuesto hacia 1886 por Alejandro Flórez.
Esta canción fue grabada por los «Trovadores Colombianos» Pelón y Marín (Pedro León Franco «Santamaría» y Adol­fo Marín) en la Columbia Mexi­cana en septiembre de 1908. Carlos Gardel la grabó en 1920. Sobre esta canción vale la pena recordar que durante su visita a Medellín el 18 de noviembre de 1978, Jorge Luis Borges pidió, en la «Casa Gardeliana» que le interpretaran Serenata y dijo que sus últimos versos eran unos de los más bellos que él había conocido.
5. Mis Flores Negras, rit­mo pasillo, compuesto por el poeta Colombiano Julio Flórez en 1903. La primera grabación que se hizo de esta popular canción fue la del duelo ecua­toriano Alvaro y Safady. en 1916. Carlos Gardel lo grabó en 1922.
6. El Brujo, tango, el cual tiene letra del poeta bogotano Enrique Carrasquilla Mallarino y música del clarinetista argen­tino Juan Carlos Bazán. Este tango ganó el primer premio de Discos Nacional en 1925. Carlos Gardel lo grabó en 1926.
Además, otras canciones colombianas estuvieron a punió de ser parle del repertorio de Carlos Gardel (8).
Cuando el cantor estuvo en Bogotá, en junio de 1935, el Maestro Emilio Murillo hizo amistad con él. Allí le entregó cuatro bambucos de su autoría, los cuales le pro­metió incluir en sus pelícu­las. Desafortunadamente, estas partituras se hicieron cenizas en el accidente de Medellín (3).
Esas cuatro canciones y las primeras grabaciones que de ellas se tienen noticia fueron:
Canto fatal o hambre de la madre tenía. Existe una gra­bación de esle bambuco del 6 de diciembre de 1927 realiza­da en Nueva York para el se­llo Brusnwick por el dúo co­lombiano de Briceño y Añez (Alcides Briceño y Jorge Añez).
El trapiche. De este bam­buco, que tiene letra del poeta Ismael Enrique Arciniegas existe una grabación realizada en Nueva York el 1° de Julio de 1935 por la soprano colombiana Sarita Herrera a dúo con Cecilia Pinzón para el Sello Víctor. Y otra anterior del famoso Trío Ma­tamoros (cubano) realizada también en Nueva York el 3 de Agosto de 1934 para la Víc­tor.
Las campanas de la cárcel. No conozco grabaciones de este bambuco.
Van cantando por la sie­rra. Bambuco del folklore Co­lombiano, surgido según Jorge Añez hacia 1890 y del cual se apropió el maestro Emilio Murillo (3) y según Heriberto Zapata Cuencar y Roberto Zuluaga y Gutiérrez surgido en una campamento militar durante la Guerra de los Mil Días (1899-1902) cuando su anónimo autor creó los ver­sos y le encargo el arreglo de la música a Emilio Murillo (3). De este bambuco existe una grabación realizada en Nueva York por el barítono antioqueño Daniel Uribe Uribe, para la Columbia, en enero de 1910.
Bibliografía y Notas:
(1) Ver del Greco. Orlando. «Carlos Gardel y los autores de sus canciones». Ediciones Akian. Junio de 1990. Buenos Aires.
(2) Ver Zapata Cuencar, Heriberto. «Compositores Antioqueños». Editorial Gráname-rica. Julio de 1973. Medellín.
(3) Restrepo Duque, Hernán. «Lo que cuentan tas cancio­nes- cronicón musical-» Ter­cer Mundo. Diciembre 1971. Medellín.
(4) Restrepo Duque, Hernán. «A mi cántame un bambuco». Ediciones Autores Antioqueños. Vol. 28. Gobernación de Antioquia. 1986. Medellín.
(5) Puga, Noris. «Carlos Gardel- Discografía- Guía de información especializada para coleccionistas y estudiosos». Cuaderno N° 7 de Tanguean­do. Publicación del Club de la Guardia Nueva. 2A edición. Mayo de 1970. Montevideo.
(6) Selles, Roberto. «Gar­del Compositor». Revista Uni­versidad de América. Año 2, No. 2. Diciembre de 1990. Bayamón Puerto Rico.
(7) Spottswood, Richard K.
«Ethnic Music on Records, a discography of ethnic recording produced in the United States, 1983 to 1942». University of Illinois Press, 1990.
(8) Díaz de Castillo, Nico­lás. «Últimos diez días de Gardel» (14 a 24 de junio de 1935.) Editorial ABC. 1936. Bogotá.
(9) Añez, Jorge. «Cancio­nes y Recuerdos». Ediciones Mundial. 2a. Edición. 1968. Bogotá.
(Tomado de El Mundo)
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Luciano Londoño López es académico correspondiente de la Academia porteña del lunfardo y de la Academia Nacional del Tango (ambas de Buenos Aires, Argentina) y Asociado correspondiente de la Academia de tango de la República Oriental de Uruguay. Ha dictado numerosas charlas en universidades y centros culturales. Sus investigaciones y entrevistas han sido publicadas en periódicos y revistas de Colombia, Venezuela, Puerto Rico, España, Estados Unidos, México, Argentina y Uruguay. Y sus trabajos han sido incluidos o citados en 25 libros de autores de diversos países americanos


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Reportaje a Carlos Gardel en Bronce



Reportaje a Carlos Gardel en Bronce
Jaime Jaramillo Panesso

Anclado en Manrique, un viejo barrio tanguero de Medellín, está Carlos Gardel en estatua, convenido por el fuego en bronce, quieto y atento. Mira al oc­cidente y se extasía recorriendo con la vista el perfil arrugado de la cordillera central de Colombia. La pátina del tiempo no le ha hecho cambiar su sonrisa le­vemente insinuada. Una mano en el bolsillo del pantalón le da a la figura una segu­ridad aparente, pues todos los vecinos conocen de la timidez del centenario Morocho del Abasto. En los días de frío, a pesar que se lamenta en las altas ho­ras de la madrugada (los celadores lo han escuchado murmurar, chasquean­do los dientes) no se atreve a solicitar su viejo abrigo de paño inglés que debe guardar escondido un sastre que vive al frente. Este ha puesto a su negocio el nombre de «Sastrería Gardel».
Gardel, en su estatua pedestre, nunca se ha sentido solo ni olvidado. Cono­cerán los lectores más adelante, sus impresiones y opiniones sobre su vida actual, sobre sus amigos que lo visi­tan, sobre los ebrios enamorados de su voz y su porte de varón.
Rodeado por dos calles que lo cir­cundan y unas empinadas escalinatas, tiene a sus espaldas un pequeño muro sembrado de placas en mármol y en metálicas aleaciones. Cada embajada mu­sical de sus compatriotas, que viene a la ciudad, deja allí su constancia de vi­sita y admiración. Los tangueros orga­nizados de otros lares, particularmen­te los venezolanos, también dejaron su recuerdo escrito. A los pies de Carde! Estatua una pequeña reja protege la peaña y la gran placa principal que lo instaló, hace cerca de 30 años. Un viejo árbol, no muy frondoso o, tal vez un laurel, le da su sombra. El Municipio ha pues­to verde grama en los alrededores, pero el tráfico de buses y autos es en este vértice, endemoniado. Desde las cua­tro de la mañana se movilizan los obre­ros al trabajo y van regresando en la tarde junto con los estudiantes, los ar­tesanos y los empleados del comercio y de los bancos. En las noches las es­quinas vecinas son un hervidero de jó­venes noviazgos que poco escuchan el tango de Gardel, salvo en los junios reverberantes cuando aparecen los con­juntos típicos y los bailarines, criollos y extranjeros. Toda una tarde, la del 24, le hacen compañía. Hace años, duran­te la noche, los conmemorantes se re­cogían en los salones de la Casa Gardeliana, cita a unos cincuenta metros de la estatua o en algunos de los innu­merables bares de la calle principal.
En reportaje exclusivo, Carlos Gardel en bronce habla en el sesquicentenario de su muerte, es decir, de su naci­miento como mito.
- A los sesenta y cinco años de su muerte, ¿qué es lo que más extraña en su nueva vida?
C.G. Mira, che, nada hay más extraño para mí en los actuales momen­tos que unos buenos tallarines y un buen vino. Naturalmente que en el campo de relación humana a quien más ex­traño es a Alfredo Le Pera, a Leguisamo y a mis caballos del hipódromo.
- Sin embargo parece que por el tiempo transcurrido trabajando con él, Razzano hubiera sido su mejor amigo.
C. G. Apariencias amigo, meras apariencias. Razzano tiene para mí el valor de haber sido mi primer «socio» musical y gran amigo y compañero de trabajo. Pero luego de nuestra separa­ción artística Razzano sólo viene a repuntar con Delfino después de mi muerte. Para mí era una púa. Después sobrevivió con los morlacos de mis derechos de autor.
- ¿Se siente satisfecho con la im­portancia que ahora tiene su nom­bre en la historia de la música popu­lar latinoamericana?
C. G. Muy satisfecho. Pero más me hubiera gustado haber sobrevivido al accidente. Apenas si comenzaba a in­tegrarme con el pueblo suramericano. Muchos compositores de este conti­nente necesitaban de alguien que, como yo. hubiera impulsado sus canciones. En Bogotá el maestro Emilio Murillo me surtió de un buen número de bam­bucos y pasillos que hoy serían de los mejores discos en el recuerdo, unas canciones bien pulentas.
- Se quejan los tangueros de hoy que si usted hubiera grabado más te­mas con orquesta tendría mayor di­fusión. ¿Qué opina?
C. G. Mis escasas grabaciones con orquesta (lo hice con Terig Tucci, Fresedo, Canaro) obedece a dos ra­zones: yo siempre me entendí mejor con guitarristas porque así me inicié en la canción. Por otra parte, no crea que me apoliyé en este asunto; ocurre que las orquestas, por numerosas y por el volumen de los instrumentos, eran menos ágiles para mis continuos via­jes. El laburo nuestro exigía la versa­tilidad de unos acompañantes que yo sólo lograba en guitarristas. Mire us­ted que eran buenas violas el negro Ricardo. Barbieri, Aguilar, Petorossi.
- ¿Doloroso su muerte?
C. G, El hecho de haber muerto entre llamas de gasolina hace creer en las gentes que fue muy dolorosa mi muerte. Sin embargo quiero aclararle que yo perdí el conocimiento desde el golpe inicial de los aviones y no supe más de mí hasta mi propia muerte. Desde pebete le tuve mucho miedo al fuego. pero la yeta no tenía vuelta.
- ¿A este lugar cuántos amigos lo han venido a visitar?
Nunca he estado sólo, especialmen­te en los Festivales de Tango y en las Tangovías. Desde que ellos nacieron los tangueros siempre vienen a darme una manilo de fueye. Pero lo que más me llena el mango de alegría son lOs vecinos y demás paseantes que se arriman, algunos traen flores y otros me coronan la piojosa con un funyi de cali­dad. Los artistas colombianos siempre colaboran y traen mis canciones con nuevos acentos. Recuerdo con mucho dolor el 24 de junio de 1976: el cantor colombiano Guillermo Lamus murió en la Casa Gardeliana cantando precisamente «La úl­tima copa». Desde entonces me acompaña a tomarme un vino los viernes en la noche.
- Con su muerte el tango no desapareció, sino que par el contrario tomó mucho auge. En la actualidad parece que el tango sufriera itn retroce­so, un enfriamiento a nivel de las nuevas generaciones. ¿Qué impresión te causa a usted la situación actual del «gotán»?
C.G. Después del tango gardeliano viene ese tramo espe­cial que fue el tango del 40. sin duda unas de las etapas das del tungo. Su i siente hasta hoy. Luego ven­drá una época también dorada que tiene como centro la dé­cada del cincuenta. En la ac­tualidad el tango tiene renova­dores vanguardistas serios en el estilo y en la composición. Pero ocurre que en Medellín los tangueros se quedaron atrás y no manyan nuevo tango. Pero en Buenos Aires y aquí ocurre lo mismo que en todas las ciu­dades latinoamericanas; la ten­dencia a una música novedosa como la norteamericana, pero que es una emoción efímera. El tango trata hoy de descu­brir nuevas formas para los viejos problemas del alma y los inte­rrogantes en la actualidad. Por fortuna, Buenos Aires sigue siendo la tuna y la capital del tango. Montevideo está en la misma tónica.
- ¿Qué tipo de personas lo visitan más a menudo?
C.G. Me visita la más va­riada clase de personas. Des­de intelectuales y artistas hasta tangueros que cada ano viene de otros países. Los jóvenes de este barrio pasan y me pre­guntan sobre algunas letras de tango que no entienden bien por las palabras lunfardas. Otros, como los obreros y artesanos, que conocen de tango, vienen y me tararean algunas viejas interpretaciones que yo ya ni recuerdo sus letras.
En días pasados se subió una curda y me chamuyó tantas cosas al oído que sólo pude retener su deseo que le hicie­ra un milagro: volver a recu­perar su mina que lo había cortado por atorrante. Hay que ver los viernes y sábados en la noche cómo los borrachitos más cariñosos, abrazados en su amistad, me gritan des­de la acera o desde la esquina los más extraños piropos, me invitan un buen trago o a que los acompañe en el coro de su tango reo. Una señora pasa todos los martes y me acaricia la cabeza pidiéndome la buena suerte. Un camionero que maneja una tractomula de 22 llantas, según me lo ha contado él mis­mo, viene una vez al mes y me felicita porque cada día canto mejor. Un cantinero del viejo Guayaquil me trae flores y se fuma un cigarrillo en mi ho­nor porque un hijo suyo salió de la cárcel debido a una in­tervención mía. Una grela eno­jada me tiró hace un año con una piedra porque yo era el culpable de que su hombre estuviera en la cana, en la ga­yola de Bellavista.
- Una preocupación final Don Carlos: ¿será posible conocer algún día la verdad sabré su nacimiento y su ori­gen familiar?
C.G. (Se ríe, antes de con­testar). Mi amigo, todas las pistas están dadas. El hecho de haberme nacionalizado en la República Argentina no sig­nifica que mi gentilicio sea el mismo. Bien lo señala mi pa­saporte, ese documento cha­muscado que encontraron las autoridades antioqueñas en la investigación de mi muerte. Pero para que se dejen de dudas, espero que hagan la prueba del ADN y ello defi­nitivamente lo dirá de mane­ra científica. Ya verán que golpe genético será.
A Gardel le brillan sus ojos, sin tristeza, con la mayor dul­zura me enseña cómo un gru­po de muchachos viene por la carrera 45; con un balón ha­cen pibote contra el asfalto ti­bio de esta mañana en que con­versamos de su sitio y de su vida. Nada le molesta ya. So­bre su vestido resbala un viento fresco que viene del barrio El Pomar Su respiración es suave y no tiene acosos ni derrumbes en su ánimo. Este Gardel ya no podrá morir nunca más.
(Tomado de El Mundo)

Carlos Gardel en Medellín



Carlos Gardel
No queremos un Gardel apresado en sus onomásticos: la discusión sobre su lugar de nacimiento, los diversos especialistas que han gastado tanta tinta, ahora que parece que su origen es francés. Gardel originó todo tipo de especulaciones en este sentido desde los argentinos que no querían ver apresado su ídolo en otras tierras, o los uruguayos que siempre lo reclamaban como suyo. Lo cual lleva a una discusión de fondo: un ídolo popular quiere ser aprehendido desde diversas ópticas, al expresar un sentimiento que lo hace proclive a muchas personas.
Acá, en Medellín, no tenemos ese problema, la certeza es que aquí murió, pero no voy a referirme a otras especulaciones sobre su muerte. Nada de eso. Ahora queremos un Gardel siempre joven, cantando mucho mejor.
Siempre me ha llamado la atención sus canciones sobre Buenos Aires, el amor a esa ciudad en “Volver” y en “MI Buenos aires querido” lo cual da origen a toda una poesía sobre esa ciudad, notorio en los poemas de Borges.
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