martes, 29 de mayo de 2007

Gardel - Marta Minujin











Marta Minujin
Dice en Página/ 12:
"En la IV Bienal de Medellín de 1981 armé un Gardel de 14 metros relleno de algodón y lo quemé. En Colombia gané muchísima plata. Había dinero negro. Me pagaron cien mil dólares por esculturas. Y me compré una casa que antes era de mi abuelo y queda en Humberto Primo y Sarandí".

UNA VOZ QUE SE APAGÓ EN LAS LLAMAS






José Zuleta Ortiz

El 24 de junio de 1935 también fue mi último día. Recuerdo que esa mañana fresca y luminosa tenía una cita con Fernando González en la Librería Dante para recoger unos libros, más precisamente los Ensayos de Montaigne, que habíamos pedido a la Editorial Garnier Hermanos de París. Cuando llegué, Fernando ya estaba ojeando uno de los tomos. Al verme, y a modo de saludo, me leyó: «El placer y la dicha no se disfrutan careciendo de espíritu y de vigor».
—Al fin un poco de sabiduría para esta ciudad beata y frívola— dijo, abrazando el libro contra su pecho y riendo con malicia. Reclamé mis ejemplares y salimos de la librería.
Subimos por la calle Maracaibo hacia el barrio Prado. Hablamos sobre la intención que tenían algunos comerciantes de convertirse en jueces y otras barbaridades y ocurrencias de los ricos de Medellín. Cuando llegamos a la calle Cuba nos despedimos, pues Fernando tenía que ir a ayunar y yo a almorzar. Cruzó la calle con su cuerpo ágil y delgado y me miró desde el otro lado con esa mirada de santo casi eterna. Fue la última vez que lo vi.
Almorcé temprano en casa de Paulina y recogí las maletas y los encargos y mandamos a buscar un carro para que me llevara al campo de aviación. Al rato oí al muchacho de los mandados gritando: «¡Doctor, doctor, el carro, ya viene el carro!» Subimos las maletas y tomamos el camino de Las Playas hacia el campo de aviación de Guayabal. Cuando estábamos llegando vi mucha gente que se dirigía hacia el aeródromo y le pregunté al chofer qué pasaba.
—No, doctor, es que Gardel va a hacer una escala en Medellín y usted sabe... él estuvo aquí hace diez días y fue sensación... la gente que es novelera, doctor.
El carro me dejó enfrente del casino de SCADTA, y pude ver que en el campo ya venía el avión con sus tres motores encendidos carreteando hacia el casino. Bajé las maletas con la ayuda del chofer y entré en el cobertizo. Había poca gente, entregué el equipaje y me dirigí a la barra. Ofrecieron cerveza negra alemana y acepté con gusto. Oí el ruido de otro avión que aterrizaba, la gente comenzó a correr hacia la baranda que hay frente a la pista, el avión se detuvo frente al casino de la SACO que estaba a unos 50 metros del nuestro.
Se abrió la portezuela y comenzaron a bajar los pasajeros, están muy sonrientes, parecen felices. Aparece en la portezuela del avión Carlos Gardel. Se quita el sombrero gris claro con cinta azul oscura y saluda al público que le aplaude, lleva un traje oscuro y una corbata azul clara y en el bolsillo de la chaqueta un pañuelo blanco de seda. Se dirige hacia el interior del casino y las gentes dicen vivas y le quieren saludar pero él desaparece rápidamente dentro del casino.
—Buenas tardes, doctor— me llama con el extraño acento gutural de los alemanes el copiloto Hartmann Furst, con quien había conversado en otros vuelos.
—¿Cómo están hoy las cosas?— le pregunto.
—Pues muy molestos por la disputa con el señor de la SACO que ha publicado un aviso en el periódico para humillarnos a Thom y a mí, por habernos quitado a Gardel como cliente.
Recordé que durante el último mes las disputas por los pasajeros entre las dos compañías habían sido bastante agresivas y que en Bogotá, el día que venía para Medellín, los dos pilotos se fueron a las manos y se prometieron venganzas que yo no pude entender. Pensé que peleaban por nosotros los pasajeros, pero no estoy seguro.
Gardel salió del cobertizo y levantó un vaso de cerveza para saludar a los admiradores que le hacían vítores. Tenía el sombrero puesto, apoyaba la mano en el hombro de un amigo. Don Jorge Moreno se me acercó y me dijo:
—¡Qué envidia! Ah bueno ganarse uno la vida cantando por el mundo y rodeado de admiradoras y amigos y vivir en una sola fiesta como ése.
—Quién sabe— musité sin pensar. Hartmann se acercó y nos invitó a subir al avión. Al salir del cobertizo el viento arrancó de un golpe el sombrero de don Jorge quien tuvo que salir corriendo tras de él. Subí al avión y me senté en el puesto inmediatamente posterior al piloto para poder ver las maniobras y la manera como lo manejan. El asiento es de mimbre, no muy cómodo, «pero no transmite la vibración de los motores», me explicó Hartmann una vez. Don Guillermo Escobar y don Jorge Moreno se sentaron frente a mí y un míster que no conozco también se subió con ellos, debe de ser otro alemán... se están adueñando de todo.
Vi por la ventana que el avión de Gardel también estaba listo para salir y alcancé a distinguir al jefe de tráfico colgado de la portezuela gritando. Thom y Hartmann aceleran los motores y el avión hace un estruendo que parece que se va a desintegrar, pero yo no me preocupo pues Hartmann me dijo que cada avión tiene como trescientos mil tornillos. El avión se mueve hacia la pista unos pocos metros y luego se detiene.
Thom y Hartmann hablan en alemán o, mejor, gritan para poder oírse. Pensé que ese idioma es muy apropiado para gritar. Mueven algunos botones y esperan, don Guillermo está rezando en silencio para que nadie sepa que tiene miedo. El botones nos ofrece algodón para los oídos. El avión de Gardel llega a la cabecera de la pista y gira hacia la recta. Adentro los que temen callan y Gardel les hace bromas sobre su cobardía. También él tiene miedo. Ernesto Samper, el piloto de la SACO, está pletórico de soberbia; lleva al cliente más famoso de los últimos tiempos y sólo hace dos días que se lo quitó a su enemigo. Pone a rugir los motores de su F.31 y toma la pista para despegar a toda marcha. Gardel se seca el sudor con su pañuelo de seda blanca.
En medio de la soberbia Samper quiere hacerle una gracia al ridiculizado alemán y desvía el avión para pasar rasante sobre nosotros y hacernos dar un susto; veo venir el avión volando a baja altura y confío en que pueda elevarse. Thom y Hartmann miran paralizados y el avión se incrusta en el nuestro.
De pronto todo fue fuego, todo crujía y estallaba. En el incendio también crepitaban dentro de los estuches las guitarras. Bajo los pies del masajista y con el primer estruendo salió de la caja en donde se guardaban los perfumes y la gomina de Gardel un agradable olor a lavanda. Los sombreros de fieltro franceses con sus cintas de seda china se encendieron, las cartas y los contratos, que Gardel guardaba en un portafolio de cuero verde, se encogieron sobre sí y las letras perdieron su forma y su sentido antes de ser fuego. La caja de discos y la copia de El día que me quieras, que iban en la bodega con el equipaje, se derritieron y se volvieron goteras negras y chorritos de llamitas amarillas. Su voz se apagó en las llamas y toda la pulcritud que había reinado siempre en su vida estaba retorcida, chamuscada y deshecha por la furia insensata de la competencia. Yo también morí esa tarde. En adelante todo fue reducido a ceniza, a incertidumbre y desde aquí, desde donde escribo, puedo decirles que del luto al mito hay un minuto.
Era la voz de Estanislao Zuleta Ferrer, en las manos de José Zuleta Ortiz
ADDENDA
"Bogotá, 20 de junio de 1935
La gira va rumbo a su fin y ya es hora. La semana que viene salgo para Panamá y en los primeros días de julio estaré en La Habana, a donde te pido me escribas. Aquí en Colombia la plata no abunda, pero de todos modos los teatros se llenan. El recibimiento en Bogotá fue increíble. Al llegar el avión, la gente se precipitó sobre él y el piloto tuvo que dar media vuelta y rumbear para otro campo de aterrizaje para que no se produjera una tragedia. La tragedia se produjo lo mismo. A un turro que tengo empleado le robaron una cartera con unos mangos de mi pertenencia... Ahora la vamos viajando en avión y ya te imaginarás el fierrito de los guitarristas... elogian la comodidad y la rapidez del avión, pero no ven la hora de largar. Hay que ver las risas de conejo de todo el personal cuando se meten en los trimotores... Saludame a todos los tuyos, a los buenos amigos. Antes de salir de Panamá te escribiré otra vez. Espero noticias tuyas en Cuba. Un gran abrazo, querido viejo... Carlos"

viernes, 4 de mayo de 2007

Que cien años no es nada


Que cien años no es nada
Luciano Londoño López

Carlos Gardel ha sido, para los latinoamericanos, el primer artista popular de renombre. Un buen mu­chacho, poseedor de una extraordinaria voz, que ejerció y continúa ejerciendo una verdadera fascina­ción con su arte, su conducta renovadora, su tempe­ramento y su fisonomía, los cuales le abrieron una senda triunfal.
Fue Gardel el creador de la primera y única moda­lidad cantable básica del tango-canción, el cual, al escucharlo, produce efectos duraderos que ningún oyente puede olvidar.
Es difícil definir con palabras ese estilo que a Gardel reconoce como creador. Habría que hablar de cualidades que sólo pueden alcanzar un verdadero sentido mostrándolas -no demostrándolas- en el momento mismo de la interpretación.
Gracias al cine y la música grabada, Gardel no nos abandonará jamás. Y ahora, en 1990, a los cien años de su nacimiento, el mundo lo recuerda con múltiples homenajes y la permanencia de sus películas y can­ciones.
Sus inicios datan de 1910 ó 1911, en Buenos Aires. Su cualidad profesional más importante es su voz extraordinariamente grata, dulce y lírica. Era un don natural que él usaba sin afectación.
Fue un cantante nato. Interpreta­ba payadas y canciones camperas, con melancólica gracia, vibrando de emoción. Cantaba con un nuevo es­tilo, muy diferente a la elementalidad y rigidez de las canciones payadoriles y lo prosaico del tango hasta ese momento.
La gran mayoría de los cantores de tango, de una u otra manera, han adoptado, a su arte interpretativo, el modo que él tenía de cantar y de "decir" el tango, su vitalidad espiri­tual y su obra de precursor, las cua­les quedaron para siempre identifi­cadas con la canción ciudadana.
Gardel poseía la habilidad de mol­dear su voz de acuerdo a la canción que interpretaba.
La influencia de su personalidad nació con su advenimiento mismo y alcanzó a enriquecer todos los as­pectos del tango. Lo gustaba la fama, pero tomaba muy en serio su labor artística.
Sus orígenes nacional y familiar, y la fecha y lugar de nacimiento, son aspectos oscuros y contradictorios de la vida de Charles Romuald Gardés (verdadero nombre). Sin embargo un registro civil lo da como hijo de Berthe Gardés, nacido en Tolouse (Francia) el jueves 11 de diciembre de 1890
Poco se sabe de su infancia y adolescencia, las cuales transcurrieron en el barrio del Mercado del en Buenos Aires, a donde llegó con su madre marzo de 1893.
Su educación primaria, la única que llegó a tener, loen 1904, en el Colegio San Estanislao. Su lañaba el sustento como planchadora.
En su juventud fue muy conocido en los teatros, en donde tabajó como utilero e integrante de la tropilla Ghighlione, el más famoso "claqueur" del Aires de principio de siglo. Este hacia tratos con cantantes populares y de ópera, para garantizar­les un adecuado nivel de aplausos.
Se cuenta que, en 1908, Tita Ruffo escuchó la imitación que de él hacía Gardel y salió de su camerín a preguntar quién era ese joven.
Antes de cumplir veinte años, "El Morocho", como lo llamaban por aquel entonces, aprendió los prime­ros rudimentos del canto y del arte de pulsar la guitarra con el conocido payador uruguayo Arturo de Nava.
Al principio estuvo atraído por el folklor argentino y los payadores José Bettinoti, Gabino Ezeiza y Arturo de Nava, siendo este último su influencia más fuerte.
A fines de 1911 se produce su encuentro con el cantor José Razzano. A partir de 1913 se unen e inician un rápido ascenso hacia la popularidad.
En 1912 Gardel marcó un hito en su carrera artís­tica. Le pidieron que realizara 15 grabaciones de canciones folklóricas, acompañándose de su guita­rra, para el sello Columbía. Escuchadas hoy en día se percibe que, ya para esa época, el registro personal de Gardel era detectable.
Carlos Gardel debuta, en diciembre de 1913, con Razzano, en el Cabaret Armenonville, uno de los sitios más exclusivos del Buenos Aires de ese tiempo. Y para el año siguiente cantan, como parte de una compañía de teatro, en el Teatro Nacional. Haciendo parte de la misma compañía, viajan a Brasil en 1915. En el barco que los conducía iba también Enrico Caruso. Al oírlo, éste alabó profusamente el arte de Gardel y los invitó, a él y a Razzano, a que lo escucharan mientras ensaya­ba.
El tango argentino nació como una danza, aproximadamente, una década antes que Carlos Gardel, aunque existe incertidumbre respecto a sus orígenes precisos.
Al filo de! siglo la tradición musical del tango comenzaba a desarrollarse rápidamente. Las orquestas eran primitivas. Pre­dominaban los tercetos y cuar­tetos, conformados, según las circunstancias, por guitarra, flau­ta, violín, a veces piano y ban­doneón.
Tocaban en los cafés del ba­rrio La Boca, en donde la gente escuchaba la música más que bailarla. Varios artistas se hicieron famosos a principios de siglo cantando versos con música de tango. Sin embargo, el tango-canción como forma acabada no existía cuando Gardel y Razzano irrumpieron en la es­cena porteña. Aún no se habían escrito letras de tango que describieran una situación o contaran una historia. Todo esto cambió con el escritor Pascual Contursi, el cual empezó en 1915 a combinar melodías de tango con letras adecuadas, con valor propio.
El tango que más gustaba a Contursi era "Lita" del pianista Samuel Castriota. Escribió entonces unos versos para adaptarlos a esta melodía, los cuales describían las cuitas de un amante abandonado que bebía para olvidar sus penas en un cuarto solitario.
Es probable que, durante la visita del dúo a Monte­video en enero de 1917, Gardel viera la letra de Contursi para "Lita". Le gustó la canción y descubrió que le agradaba cantarla a sus amigos, aunque se apartaba de su repertorio normal. Gardel dudó antes de probarla en público. La decisión de cantar un tango,
ante su público amante de las can­ciones folklóricas, era difícil.
Gardel rebautizó la canción "Mi no­che triste" y la cantó una nochedel9l7, en una de sus ac­tuaciones como so­lista. Poco después la grabó y el disco salió a la venta en enero de 1918. La canción llegó a ser un éxito.
La popularización de "Mi noche triste" por Gardel se ha considerado un mo­mento decisivo en la historia de la músi­ca latinoamericana. puesto que fue cuando nació el tango-canción como tal.
La voz emotiva de Gardei y su profun­do sentido rítmico parecían hechos a propósito para esas canciones. Inadver­tidamente había creado un estilo para cantarlas. De mane­ra simultánea apa­recían autores con nuevas letras y, ade­más, encontraban compositores para acompañarlas.
Siguiendo los pasos de Gardel, otros cantantes argentinos pronto empezaron a cultivar el tango, puesto que se había operado un giro decisivo a favor del tango-canción, en el gusto argentino.
A partir de 1922, los tangos empiezan a ocupar un lugar prominente en el repertorio teatral de Gardel. De ese año en adelante sería, ante todo, un cantor de tangos. Quizá no se trató de una decisión consciente sino la aceptación natural de una promisoria y nueva forma musical, para la cual su voz resultaba ideal. Parejamente, alrededor de 1920, se observó un cambio notable en la calidad de la música de tango, cuando orquestas muy profesionales reemplazaron a los precarios tercetos y cuartetos de épocas ante­riores.
Al margen de su extraordinario talento, Carlos Gardel fue el hombre apropiado, en e! lugar apropia­do y en el momento apropiado.
En 1925, debido a problemas de garganta de Razzano, el dúo se disolvió. De ahí en adelante sería Gardel y sólo Gardel. Los cinco años que siguieron fueron decisivos en la consolidación de la fama de Gardel como cantor de tangos: de las 774 canciones que grabó, durante su carrera, 518 fueron tangos (67% de su producción).
Gardel fue el primer artista popular latinoamerica­no que cantó en varios idiomas (español, francés, napolitano, e inglés). Actuó en varios países (Argen­tina, Uruguay, Chile, Brasil, España, Francia, Esta­dos Unidos. Puerto Rico, Venezuela, Curazao, Aruba y Colombia) y ante grandes figuras de la política, la literatura y el mundo del espectáculo. Entre ellos se recuerda al Rey Alfonso XIII de España, Eduardo de Windsor (príncipe de Gales), Humberto de Saboya (príncipe heredero del trono de Italia), José Ortega y Gasset, Eduardo Marquina, Luigi Pirandelo. Jacinto Benavente, Salvador Dalí, Charles Chaplin, Maurice Chevalier, Bing Crosby, Enrico Caruso, Tita Ruffo, Miguel Fleta y ante los presidentes Gastón Doumergue (Francia), Marcelo T. De Alvear (Argentina), Gabriel Terra (Uruguay) y Juan Vicente Gómez (Venezuela).
Durante su estancia en Francia, años 1931 y 1932, filmó cuatro películas ("Luces de Buenos Aires", "Espérame", "La casa es seria" y "Melodía de arrabal"), época desde la cual empezó a colabo­rar con él, como argumentista y letrista de cancio­nes, Alfredo Lépera. Luego, entre mayo de 1934 y febrero de 1935, filmó cinco películas en New York ("Cuesta abajo", "El tango en Broadway", algunas escenas para el filme-revista "The btg Broadcast of 1935", "El día que me quieras" y "Tango Bar").
Anteriormente, en Buenos Aires, Gardel había participada en la película muda "Flor de durazno" (1917) y, en 1930 había filmado varios encuadres de sus canciones, con lo que se constituyó en el prime­ro que hizo un filme sonoro en Argentina,
A finales de marzo de 1935 inició su gira por La­tinoamérica, partiendo de New York comenzándola en San Juan de Puerto Rico y otras ciudades de allá, y siguiendo por Caracas, Valencia, Cabinas, Maracaibo, Curazao, Aruba, Barranquilla, Cartagena, Medellín y Bogotá.
El 23 de junio cumplió su actuación en el Teatro Real de Bogotá, El lunes 24, en viaje de esta ciudad hacia Cali, hizo escala el avión que transportaba a Gardel y su tropilla, en el aeródromo Olaya Herrera de Medellín.
Después de la acostumbrada espera, fueron lla­mados los pasajeros para recomenzar el viaje. Ya en la pista, a las 3:05 de la tarde, el avión se estrelló contra otra aeronave. Allí murieron el cantor y varios de sus acompañantes.

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Juan Camilo Uribe


Juan Camilo Uribe
Carlos Arturo Fernández

La desaparición de Juan Camilo Uribe (1945 - 2005) deja al arte colombiano sin una de las figuras más creativas, más sensibles e inteligentes de toda su historia.
Desde finales de la década del sesenta, cuando los más jóvenes artistas del país se dan cuenta de que es indispensable romper con los esquemas tradicionalistas y abrirse a las transformaciones vertiginosas que definen los procesos del Siglo XX, Juan Camilo Uribe descubre un camino muy original que le permite ubicarse en contextos de renovación estética permanente. Sin embargo, mientras muchos creyeron que la vinculación con lo contemporáneo se lograba al asumir unos lenguajes internacionales del arte, él comprendió que el punto de partida fundamental de la creación artística está, en todo tiempo y en todo lugar, en la reflexión sobre la propia cultura. Y en esa dirección desarrolló todo su trabajo, con la sabia sensibilidad de quien logra ser ampliamente universal porque es conscientemente local, y con la certeza de quien sabe que no hay qué buscar lo contemporáneo en formas exteriores. La obra de Juan Camilo Uribe revela su visión del arte como un proceso en el cual predomina el pensamiento. Pero, a diferencia de lo que ocurre en gran parte del llamado arte conceptual, que desarrolla la idea del arte como una filosofía especulativa o del lenguaje, Juan Camilo Uribe se dedica a poner en evidencia las implicaciones de la cultura popular: paradojas, prejuicios, contradicciones, tabúes, provincialismo, quizá mal gusto, pero también sabiduría ancestral, poesía, identificación de valores, humor, ternura y una belleza que solo es posible aquí, justamente porque corresponde a nuestras propias perspectivas. Por supuesto, no se limita a plantear un gesto anodino o decorativo sino que busca desencadenar una reflexión; y, por eso, la obra alcanza una dimensión de crítica eficaz, punzante, irónica, que nos obliga a pensar y que está presente, aun más allá de su realidad física. Juan Camilo Uribe se inscribe en la línea más viva de la cultura nacional y regional, junto a Fernando González, Gonzalo Arango, Manuel Mejía Vallejo y Oscar Jaramillo, por ejemplo: la de quienes no han querido exaltar falsos idealismos sino que han desnudado nuestros pensamientos. Podría pensarse en Juan Camilo Uribe como un artista irrepetible. Pero su obra está presente en el trabajo de muchos de nuestros mejores creadores.

Gardel - Joan Manuel Serrat


"Para mí lo hace todo bien"
Joan Manuel Serrat

Mi recuerdo de Gardel pasa por mi padre. Él siempre presumía de haberlo conocido cuando coincidieron una noche en cierto local bar­celonés famoso de esos años creo, cuando Gar­del hizo un par de viajes a Barcelona. El local se llamaba Can Pe-rel y estaba situado en la calle Escudi­llen que luego se convirtió en la calle de prostitu­ías más famosa de Barcelona, de las baratas claro, porque las caras siem­pre anduvieron por otros sitios. El local era lo que llamamos hoy café concert. de ese tipo.
Yo la verdad que me lo creí porque me lo contó mi padre que nunca me mintió, ni siquie­ra en cosas importantes, y de verdad que me parece fantás­tico imaginarme a mi padre ha­blando mano a mano con Gar­del, pero yo me lo creo por­que él me lo ha dicho. De Gardel es poco lo que puedo decir porque soy un absoluto ena­morado, para mí lo hace todo bien. Yo si tuviera que elegir los dos más grandes cantan­tes populares que escuché en
mi vida seguramente me quedaría con Carlos
Gardel y el francés Jacques Brel, sin duda. Son los dos que más me han emocionado can­tando en toda mi vida. Hay un fragmento de Cuesta abajo can­tado por Gardel que yo creo que es lo más perfecto que pueda escucharse, no se pue­de cantar mejor que eso. Soy incapaz de separar las cosas, como harían los críticos: para mí Gardel era el sentimiento, la voz, la interpretación, la emoción. El cantar para mí es una conjunción de todas esas cosas. Seguramente lo que menos me importa de un can­tor es la potencia de su voz, me importa mucho más el gusto, me importa mucho más el matiz que la fuerza. Pero es que en
Gardel coincidían todas estas cosas, y para mí, lo único que me falló es verlo en vivo en el escenario, eso debió ser algo formidable, porque verlo en las películas no es exactamente lo mismo.
Yo tengo los discos de Gar­del en 78, en 33 y hasta en discos compactos. No quiero exage­rar, pero creo que tengo abso­lutamente todo lo que se ha editado o gran parte de ello. Escucho siempre sus discos y le acompaño en casa. De tan­to oírlo ya sé donde se para, dónde arranca, dónde hace la inflexión de la voz. Soy un gardeliano auténtico y n o ha de ahora, creo que desde que mi padre me habló de él.
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Gardel - Julio Cortázar

Silla de barbería donde Gardel fue atendido por Don Julio Tobón en su visita a Medellín.

Gardel

Julio Cortázar


Hasta hace unos días, el único recuerdo argentino que podía traerme mi ventana sobre la rue de Gentilly era el paso de algún gorrión idéntico a los nuestros, tan alegres, despreocupado y haragán como los que se bañan en nuestras fuentes o bullen en el polvo de las plazas.Ahora unos amigos me han dejado una victrola y unos discos de Gardel. En seguida se comprende que a Gardel hay que escucharlo en la victrola, con toda la distorsión, y la pérdida imaginable; su voz sale de ella como la conoció el pueblo que no podía escucharlo en persona, como salía de zaguanes y de salas en el año veinticuatro o veinticinco. Gardel-Razzano, entonces: La Cordobesa, El sapo y la comadreja, De mi tierra. Y también su voz sola, alta y llena de quiebros, con las guitarras metálicas crepitando en el fondo de las bocinas verde y rosa: Mi noche triste, La copa del olvido, El taita del arrabal. Para escucharlo hasta parece necesario el ritual previo, darle cuerda a la victrola , ajustar la púa. El Gardel de los pickups eléctricos coincide con su gloria, con el cine, con una fama que le exigió renunciamientos y traiciones. Es más, atrás, en los patios a la hora del mate, en las noches de verano, en las radios a galena o con las primeras lamparitas, que él está en su verdad, cantando los tangos que lo resumen y lo fijan en las memorias. Los jóvenes prefieren al Gardel de El día que me quieras, la hermosa voz sostenida por una orquesta que lo incita a engolarse y a volverse lírico. Los que crecimos en la amistad de los primeros discos sabemos cuánto se perdió de Flor de fango a Mis Buenos Aires querido, de Mi noche triste a Sus ojos se cerraron. Un vuelco de nuestra historia moral se refleja en ese cambio como en tantos otros cambios. El Gardel de los años veinte contiene y expresa al porteño encerrado en su pequeño mundo satisfactorio: la pena, la traición, la miseria, no son todavía las armas con que atacarán, a partir de la otra década, el porteño y el provinciano resentidos y frustrados. Una última y precaria pureza preserva aún del derretimiento de los boleros y el radioteatro. Gardel no causa, viviendo, la historia que ya se hizo palpable con su muerte. Crea cariño y admiración, como Legui o Justo Suárez; da y recibe amistad, sin ninguna de las turbias razones eróticas que sostienen el renombre de los cantores tropicales que nos visitan, o la mera delectación en el mal gusto y la canallería resentida que explican el triunfo de un tal Alberto Castillo. Cuando Gardel canta un tango, su estilo expresa el del pueblo que lo amó. La pena o la cólera ante el abandono de la mujer son pena y cólera concretas, apuntando a Juana o a Pepa, y no ese pretexto agresivo total que es fácil descubrir en la voz del cantante histérico de este tiempo, tan bien afinado con la histeria de sus oyentes. La diferencia de tono moral que va de cantar "¡Lejano Buenos Aires, que linda que has de estar!" como lo cantaba Gardel, al ululante "¡Adiós, pampa mía!" de Castillo, da la tónica de ese viraje a que aludo. No sólo las artes mayores reflejan el proceso de una sociedad.Escucho una vez más Mano a mano, que prefiero a cualquier otro tango y a todas las grabaciones de Gardel. La letra, implacable en su balance de la vida de una mujer que es una mujer de la vida, contiene en pocas estrofas "la suma de los actos" y el vaticinio infalible de la decadencia final. Inclinado sobre ese destino, que por un momento convivió, el cantor no expresa cólera ni despecho. Rechiflao en su tristeza, la evoca y ve que ha sido en su pobre vida paria sólo una buena mujer. Hasta el final, a pesar de las apariencias, defenderá la honradez, esencial de su antigua amiga. Y le deseará lo mejor, insistiendo en la calificación:
Que el bacán que te acamala tenga pesos duraderos,que te abrás en las paradas con cafishos milongueros,y que digan los muchachos: "Es una buena mujer".
Tal vez prefiero este tango porque da la justa medida de lo que representa Carlos Gardel. Si sus canciones tocaron todos los registros de la sentimentalidad popular, desde el encono irremisible hasta la alegría del canto por el canto, desde la celebración de glorias turfísticas hasta la glosa del suceso policial, el justo medio en que se inscribe para siempre su arte es el de este tango casi contemplativo, de una serenidad que se diría hemos perdido sin rescate. Si este equilibrio era precario, y exigía el desbordamiento de baja sensualidad y triste humor que rezuma hoy de los altoparlantes y los discos populares, no es menos cierto que cabe a Gardel haber marcado su momento más hermoso, para muchos de nosotros definitivo e irrecuperable. En su voz de compadre porteño se refleja, espejo sonoro, una Argentina que ya no es fácil evocar.Quiero irme de esta página con dos anécdotas que creo bellas y justas. . La primera es a la intención -y ojalá al escarmiento- de los musicólogos almidonados. En un restaurante de la rue Montmartre, entre porción y porción de almejas a la marinera, caí en hablarle a Jane Bathori de mi cariño por Gardel. Supe entonces que el azar los había acercado una vez en un viaje aéreo. "¿Y qué le pareció Gardel?", pregunté. La voz de Bathori -esa voz por la que en su día pasaron las quintaesencias de Debussy, Fauré y Ravel- me contestó emocionada: "Il était charmant, tout á fait charmant. C`était un plaisir de causer avec lui". Y después, sinceramente: "Et quelle voix".La otra anécdota se la debo a Alberto Girri, y me parece resumen perfecto de la admiración de nuestro pueblo por su cantor. En un cine del barrio sur, donde exhiben Cuesta abajo, un porteño de pañuelo al cuello espera el momento de entrar. Un conocido lo interpela desde la calle: "¿Entrás al biógrafo? ¿Qué dan?" Y el otro, tranquilo: "Dan una del mudo…"

París, mayo de 1953.


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La caravana de Gardel


Carlos Gardel de Novela


Fernando Cruz Kronfly

La preocupación inicial
El punto de partida de la indagación que me condujo a la novela —por el momento titulada La caravana de Gardel— se inscribe en una preocupación en la que me he interesado desde hace muchos años: el porqué de la importancia del tango como expresión del sentir popular en el imaginario colectivo de Antioquia y de la región de influencia antioqueña, el Gran Caldas y parte del Valle del Cauca. Es decir, de toda la región geográfico-cultural de Colombia que hizo del tango su canción.
Bueno, en medio de esa preocupación, me encontré por casualidad con la historia del transporte del cadáver de Gardel a Buenos Aires, y me di cuenta que se sabe de la muerte de Gardel, de su entierro en el cementerio de San Pedro en Medellín, se sabe que fue exhumado y que finalmente llegó a Buenos Aires por barco. Pero lo que no se sabe es qué pasó con el cadáver después de su exhumación y hasta su transporte a Buenaventura, donde fue embarcado hacia Nueva York y de allí hasta Buenos Aires, ciudad en la que recibió un apoteósico recibimiento. Esa parte de la historia está como en una penumbra, y fue esa la razón que me llevó a interesarme por reconstruir narrativamente ese periplo.
Fíjense que fue un poco lo que me sucedió también con La ceniza del Libertador, la novela sobre Bolívar. Con la diferencia, claro, de que esta novela trata sobre un Bolívar vivo, mientras que la otra trata sobre un Gardel muerto. Para Bolívar este viaje hacia el exilio era el más importante de su vida; por el contrario, en el caso de Gardel era un viaje en condición de cadáver, en el cual él no podía ser protagonista de nada. Sin embargo, lo que tienen de semejantes estos dos viajes, sobre los cuales se sabe muy poco, es que para la historia no importan: ni el viaje de Bolívar ni el de Gardel importan para la historia.

Indagando por ríos, montes y cañadas
Las primeras hipótesis que hice al respecto fueron el resultado de varias conversaciones con amigos y personas de Medellín con las cuales yo verbalizaba el asunto, pues necesitaba verbalizarlo para ir armando la idea. Otto Morales Benítez, que tiene una edad que le permite acordarse de lo que pasó, me contó que en Ríosucio, su pueblo, había habido un homenaje impresionante a Gardel; y, de hecho, en la plaza de Ríosucio hay una placa que registra ese homenaje al paso del cadáver del Morocho.
La primera hipótesis que me hice fue, por consiguiente, la de que el cadáver de Gardel había sido transportado apoteósicamente por todos esos pueblos. La cuestión era reconstruir cómo y dónde habían sido los homenajes y qué había ocurrido en cada sitio. Bueno, encontré en un libro las ciudades por las que había pasado su cadáver y en qué había sido transportado: de Medellín a Valparaíso en berlina, para usar el lenguaje de la época. Pero como la carretera se terminaba en Valparaíso, desde allí hasta Ríosucio tuvo que ser transportado por dos arrieros a lomo de mula a través de la cordillera. Luego montaron todo, ataúd y cajas acompañantes, en un camioncito y pasaron por Anserma, luego por Armenia, desde donde aforaron todo como carga por tren hasta Buenaventura.
Bien, a medida que avanzaba mi investigación, se puso en evidencia que la hipótesis de partida no era cierta: Gardel no fue apoteósicamente transportado ni recibido con honores en los pueblos; por el contrario, fue transportado clandestinamente y además como carga. Es decir, que el cadáver de Gardel y lo que había sido rescatado de su vestuario fueron aforados desde Medellín por una compañía de carga, que se encargaba de transportar lo que los clientes le encomendaban.
El imaginario popular es sorprendente. En Ríosucio comenzaron a imaginar, años después, que allí había habido un homenaje al cadáver de Gardel, pero realmente la placa que pusieron en la plaza fue un homenaje posterior, similar a lo que pasó con Bolívar cuyo paso por determinados sitios era registrado por una placa cincuenta años después. Eso fue lo que pasó en Ríosucio. Allí lo que sucedió fue que al lado de la iglesia estaba la sede de la empresa de transportes, donde dejaron el ataúd de Gardel hasta el día siguiente, y después la gente imaginó que el cadáver había sido velado en la iglesia.
Yo entrevisté en Ríosucio a un viejo, ciego ya, que en esa época tenía unos veinte años y que estaba desyerbando en la plaza cuando pasaron las mulas cargadas con el ataúd. A él le pareció extraña esa carga, pues el ataúd venía montado en una especie de parihuela soportada por las dos mulas. Entonces él se acercó a curiosear y simultáneamente se regó el rumor de que en esa carga traían una imagen sagrada, un Cristo que llevaban para alguna parte. A decir verdad, en este momento no recuerdo si lo del rumor fue inventado por mí, pero creo que fue cierto, que fue inventado por Gómez, el responsable del viaje por parte de la empresa transportadora, con el fin de evitar un amotinamiento del pueblo en caso de que se supiera que se trataba del cadáver de Gardel.
El hecho es que en Ríosucio sucedió una cosa muy interesante: estamos a fines de 1935, por esa época se desarrollaba en forma aguda el conflicto liberal-conservador. Bueno, el caso es que en Ríosucio se rumoró que en las cajas que conformaban la carga venían armas, lo cual ahuyentó a la gente, pues temía que pudiera pasar algo. Es decir, surgió una tercera versión: lo que llevaban en esas cajas eran armas, no un Cristo o un cadáver.
Por consiguiente, según lo que pude indagar con las dos personas que entrevisté en Ríosucio, no hubo ningún homenaje; allí lo que hubo fue una especie de vigilia alrededor de una carga rara que había llegado. Otto Morales Benítez me dice que él ha oído decir que hubo discursos del alcalde y de otras personalidades, pero esto no me lo confirmaron las dos personas que entrevisté. Aquí hay un dato curioso. Una de las cosas que logré averiguar durante esta indagación fueron los nombres de las mulas en las que transportaron el cadáver de Gardel: se llamaban Alondra y Bolívar. ¡Es increíble! Entonces en mi novela a Alondra la llamo Alondra Manuela, y a la otra Bolívar.
En Anserma entrevisté a un viejo con el que logré mucha confianza. Él me contó que el paso por Anserma fue incluso peor, y eso por lo que se supo después. Gómez, el encargado del transporte, va a la telefónica del pueblo y pide una llamada para Medellín; la telefonista oye la conversación y se da cuenta de lo que está pasando, porque el tipo dice: "Bueno, ya llegamos con Gardel aquí a Anserma, anoche dormimos aquí y en este momento estamos partiendo rumbo a Armenia, así que no se preocupen". Porque Defino esperaba en Buenaventura y estaba muy preocupado por la demora, pero es que no se imaginaba esa correría a lomo de mula por la cordillera. Gómez llamaba a Medellín para que le comunicaran a Defino que se tranquilizara, que ya habían pasado la parte dura y que en ese momento iban para Armenia a tomar el tren. Bueno, la telefonista oye este cuento y a su vez lo cuenta: "Vean, Gardel durmió aquí anoche, lo traían en un camión". Entonces la gente empieza a hilar: "Ah, debió de ser en ese camión que amaneció en el parque". Al final, lo que quedó más o menos claro después de la reconstrucción hecha por la gente del pueblo, es que los que transportaban el cadáver no habían querido hacerlo público por miedo a que el pueblo abriera el ataúd para quedarse con recuerdos. Desde luego, los elementos de reconstrucción testimonial no son muy abundantes, pero sí son muy confiables. Son pocos, como cuatro o cinco entrevistas, pero me permiten hacer la ficción a partir de estos testimonios. De otro lado, mi propósito no era el de hacer una reconstrucción fiel, punto por punto, sino averiguar el carácter de lo que sucedió.

La caravana de Gardel
La novela no arranca exactamente desde la exhumación, sino desde la llegada del cadáver a La Pintada. Yo comienzo la novela como si el transporte en mula hubiera sido desde La Pintada, aunque en realidad fue desde Valparaíso. Es decir, en la novela me ocupo del tramo que va desde La Pintada hasta Buenaventura.
En la novela, los dos arrieros son personajes muy distintos: uno de ellos es consciente de que transporta un símbolo, el otro piensa que lo que transporta es un cadáver, nada más. A lo largo del viaje hay entre ellos una especie de contradicción o de contrapunteo, porque el que cree que transporta un símbolo respeta mucho lo que está transportando, mientras que el otro lo trata como una caja cualquiera. A lo largo de la novela se teje una especie de intriga, pues el que considera que es una carga cualquiera de todas maneras saca cosas de la caja, en medio de la noche. Es una especie de profanador porque va a negociar con eso. El otro se opone a eso, aunque tiene mucho interés en ver lo que el primero ha sacado. Y lo que éste ha sacado, es de todo: cordones, pelo, pedazos de zapato, pellejo de lo que quedó del cadáver, una cosa algo así como necrofílica.
La novela, relatada en primera persona, está montada sobre la memoria de ese viaje que, en 1950, quince años después, hace Arturo Rendón, el arriero que respeta el cadáver, cuando decide buscar al otro para reclamarle la parte que le corresponde de lo que sacó de las cajas. Por consiguiente, hay dos historias, una articulada sobre la otra. La primera, la del tiempo presente, es la de la búsqueda de Rendón en 1950; la otra, la del tiempo pasado, corresponde a la del viaje con el cadáver de Gardel. La búsqueda de 1950 lleva a Rendón a recorrer los lugares por dónde pasó quince años atrás, pero ahora estamos en plena violencia bipartidista, lo que me permite explorar esa época y la representatividad que el tango había alcanzado en esa zona de Colombia.
Porque Arturo Rendón es un arriero, un hombre del campo, que se vuelve urbano, citadino. Emigra con su familia a una pequeña ciudad, al cabo del tiempo la familia se descompone y él termina en el tango, pues el tango le ayuda a representarse su lugar en la ciudad. Se convierte en bailarín, se transforma en un tanguero, incluso asume la figura de Gardel; es decir, se viste con chaleco y saco, usa sombrero. No canta, pero reproduce la figura de Gardel. En la novela hay momentos en que él es Gardel, casi. Se vuelve Gardel, digamos, juguetonamente; incluso hay momentos en que el acompañante de turno le dice "mi Gardelito" y comienza a tratarlo como si fuera Gardel. Es decir, Rendón es un arriero que, al urbanizarse, vive la experiencia de asumir el tango como un repertorio imaginario que habla de él. La novela empieza así, al comienzo dice eso. El tango es él mismo; Rendón siente que el tango es él, que el tango le dice algo a él, le dice lo que es.

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