martes, 29 de mayo de 2007

UNA VOZ QUE SE APAGÓ EN LAS LLAMAS






José Zuleta Ortiz

El 24 de junio de 1935 también fue mi último día. Recuerdo que esa mañana fresca y luminosa tenía una cita con Fernando González en la Librería Dante para recoger unos libros, más precisamente los Ensayos de Montaigne, que habíamos pedido a la Editorial Garnier Hermanos de París. Cuando llegué, Fernando ya estaba ojeando uno de los tomos. Al verme, y a modo de saludo, me leyó: «El placer y la dicha no se disfrutan careciendo de espíritu y de vigor».
—Al fin un poco de sabiduría para esta ciudad beata y frívola— dijo, abrazando el libro contra su pecho y riendo con malicia. Reclamé mis ejemplares y salimos de la librería.
Subimos por la calle Maracaibo hacia el barrio Prado. Hablamos sobre la intención que tenían algunos comerciantes de convertirse en jueces y otras barbaridades y ocurrencias de los ricos de Medellín. Cuando llegamos a la calle Cuba nos despedimos, pues Fernando tenía que ir a ayunar y yo a almorzar. Cruzó la calle con su cuerpo ágil y delgado y me miró desde el otro lado con esa mirada de santo casi eterna. Fue la última vez que lo vi.
Almorcé temprano en casa de Paulina y recogí las maletas y los encargos y mandamos a buscar un carro para que me llevara al campo de aviación. Al rato oí al muchacho de los mandados gritando: «¡Doctor, doctor, el carro, ya viene el carro!» Subimos las maletas y tomamos el camino de Las Playas hacia el campo de aviación de Guayabal. Cuando estábamos llegando vi mucha gente que se dirigía hacia el aeródromo y le pregunté al chofer qué pasaba.
—No, doctor, es que Gardel va a hacer una escala en Medellín y usted sabe... él estuvo aquí hace diez días y fue sensación... la gente que es novelera, doctor.
El carro me dejó enfrente del casino de SCADTA, y pude ver que en el campo ya venía el avión con sus tres motores encendidos carreteando hacia el casino. Bajé las maletas con la ayuda del chofer y entré en el cobertizo. Había poca gente, entregué el equipaje y me dirigí a la barra. Ofrecieron cerveza negra alemana y acepté con gusto. Oí el ruido de otro avión que aterrizaba, la gente comenzó a correr hacia la baranda que hay frente a la pista, el avión se detuvo frente al casino de la SACO que estaba a unos 50 metros del nuestro.
Se abrió la portezuela y comenzaron a bajar los pasajeros, están muy sonrientes, parecen felices. Aparece en la portezuela del avión Carlos Gardel. Se quita el sombrero gris claro con cinta azul oscura y saluda al público que le aplaude, lleva un traje oscuro y una corbata azul clara y en el bolsillo de la chaqueta un pañuelo blanco de seda. Se dirige hacia el interior del casino y las gentes dicen vivas y le quieren saludar pero él desaparece rápidamente dentro del casino.
—Buenas tardes, doctor— me llama con el extraño acento gutural de los alemanes el copiloto Hartmann Furst, con quien había conversado en otros vuelos.
—¿Cómo están hoy las cosas?— le pregunto.
—Pues muy molestos por la disputa con el señor de la SACO que ha publicado un aviso en el periódico para humillarnos a Thom y a mí, por habernos quitado a Gardel como cliente.
Recordé que durante el último mes las disputas por los pasajeros entre las dos compañías habían sido bastante agresivas y que en Bogotá, el día que venía para Medellín, los dos pilotos se fueron a las manos y se prometieron venganzas que yo no pude entender. Pensé que peleaban por nosotros los pasajeros, pero no estoy seguro.
Gardel salió del cobertizo y levantó un vaso de cerveza para saludar a los admiradores que le hacían vítores. Tenía el sombrero puesto, apoyaba la mano en el hombro de un amigo. Don Jorge Moreno se me acercó y me dijo:
—¡Qué envidia! Ah bueno ganarse uno la vida cantando por el mundo y rodeado de admiradoras y amigos y vivir en una sola fiesta como ése.
—Quién sabe— musité sin pensar. Hartmann se acercó y nos invitó a subir al avión. Al salir del cobertizo el viento arrancó de un golpe el sombrero de don Jorge quien tuvo que salir corriendo tras de él. Subí al avión y me senté en el puesto inmediatamente posterior al piloto para poder ver las maniobras y la manera como lo manejan. El asiento es de mimbre, no muy cómodo, «pero no transmite la vibración de los motores», me explicó Hartmann una vez. Don Guillermo Escobar y don Jorge Moreno se sentaron frente a mí y un míster que no conozco también se subió con ellos, debe de ser otro alemán... se están adueñando de todo.
Vi por la ventana que el avión de Gardel también estaba listo para salir y alcancé a distinguir al jefe de tráfico colgado de la portezuela gritando. Thom y Hartmann aceleran los motores y el avión hace un estruendo que parece que se va a desintegrar, pero yo no me preocupo pues Hartmann me dijo que cada avión tiene como trescientos mil tornillos. El avión se mueve hacia la pista unos pocos metros y luego se detiene.
Thom y Hartmann hablan en alemán o, mejor, gritan para poder oírse. Pensé que ese idioma es muy apropiado para gritar. Mueven algunos botones y esperan, don Guillermo está rezando en silencio para que nadie sepa que tiene miedo. El botones nos ofrece algodón para los oídos. El avión de Gardel llega a la cabecera de la pista y gira hacia la recta. Adentro los que temen callan y Gardel les hace bromas sobre su cobardía. También él tiene miedo. Ernesto Samper, el piloto de la SACO, está pletórico de soberbia; lleva al cliente más famoso de los últimos tiempos y sólo hace dos días que se lo quitó a su enemigo. Pone a rugir los motores de su F.31 y toma la pista para despegar a toda marcha. Gardel se seca el sudor con su pañuelo de seda blanca.
En medio de la soberbia Samper quiere hacerle una gracia al ridiculizado alemán y desvía el avión para pasar rasante sobre nosotros y hacernos dar un susto; veo venir el avión volando a baja altura y confío en que pueda elevarse. Thom y Hartmann miran paralizados y el avión se incrusta en el nuestro.
De pronto todo fue fuego, todo crujía y estallaba. En el incendio también crepitaban dentro de los estuches las guitarras. Bajo los pies del masajista y con el primer estruendo salió de la caja en donde se guardaban los perfumes y la gomina de Gardel un agradable olor a lavanda. Los sombreros de fieltro franceses con sus cintas de seda china se encendieron, las cartas y los contratos, que Gardel guardaba en un portafolio de cuero verde, se encogieron sobre sí y las letras perdieron su forma y su sentido antes de ser fuego. La caja de discos y la copia de El día que me quieras, que iban en la bodega con el equipaje, se derritieron y se volvieron goteras negras y chorritos de llamitas amarillas. Su voz se apagó en las llamas y toda la pulcritud que había reinado siempre en su vida estaba retorcida, chamuscada y deshecha por la furia insensata de la competencia. Yo también morí esa tarde. En adelante todo fue reducido a ceniza, a incertidumbre y desde aquí, desde donde escribo, puedo decirles que del luto al mito hay un minuto.
Era la voz de Estanislao Zuleta Ferrer, en las manos de José Zuleta Ortiz
ADDENDA
"Bogotá, 20 de junio de 1935
La gira va rumbo a su fin y ya es hora. La semana que viene salgo para Panamá y en los primeros días de julio estaré en La Habana, a donde te pido me escribas. Aquí en Colombia la plata no abunda, pero de todos modos los teatros se llenan. El recibimiento en Bogotá fue increíble. Al llegar el avión, la gente se precipitó sobre él y el piloto tuvo que dar media vuelta y rumbear para otro campo de aterrizaje para que no se produjera una tragedia. La tragedia se produjo lo mismo. A un turro que tengo empleado le robaron una cartera con unos mangos de mi pertenencia... Ahora la vamos viajando en avión y ya te imaginarás el fierrito de los guitarristas... elogian la comodidad y la rapidez del avión, pero no ven la hora de largar. Hay que ver las risas de conejo de todo el personal cuando se meten en los trimotores... Saludame a todos los tuyos, a los buenos amigos. Antes de salir de Panamá te escribiré otra vez. Espero noticias tuyas en Cuba. Un gran abrazo, querido viejo... Carlos"

1 comentario:

Clara Koser dijo...

Muy bien expuesta la soberbia de Samper. Aunque triste, el artículo contiene pasajes graciosos.